lunes, 23 de marzo de 2015

Los Iberos del Mar Tirreno




En el siglo V a C, el historiador griego Tucídides afirmaba que los habitantes de la mitad occidental de Sicilia eran iberos, una idea que fue repetida por otros autores helénicos como Filisto de Siracusa, Éforo de Cumas y Estrabón. Éforo indicaba, además, que los iberos habían sido los más antiguos pobladores de la isla. Por su parte el geógrafo Pausanias relató que unos iberos dirigidos por Nórax, nieto del mítico rey Gerión, se trasladaron a Cerdeña y fundaron en esta isla la ciudad de Nora.  

Las relaciones culturales entre estas dos áreas geográficas se remontan a los inicios del Neolítico, cuando se extendió el uso de la cerámica impresa y cardial en los países del Mediterráneo occidental. La difusión de estas innovaciones culturales parece haberse iniciado durante el VI milenio a C y alcanzó la Península Ibérica en el V milenio a C. Varios grupos de agricultores prehistóricos pudieron haberse desplazado de este a oeste en busca de nuevas tierras de cultivo, llevando a cabo una lenta y paulatina colonización. Los que se establecieron en nuestra península debieron de entremezclarse con la población anterior, de origen paleolítico. Poco después se originó la cultura de los megalitos en las costas atlánticas, que se difundió por el occidente europeo y llegó hasta las islas de Cerdeña, Sicilia y Malta. Esta cultura continuó desarrollándose en la Península Ibérica durante la Edad del Cobre, época en que se inició el uso de la cerámica campaniforme en el estuario del río Tajo. Desde las costas atlánticas, la cerámica campaniforme también se difundió por una gran parte de Europa, incluyendo Cerdeña, Sicilia y algunas zonas de Italia.

La cultura del vaso campaniforme tuvo su final en el siglo XVIII a C, época en que floreció la cultura de El Argar, sustituida a su vez por la cultura de Tartessos a partir del siglo XII a C. Estas dos importantes culturas del sur de Iberia también muestran algunos elementos que las relacionan con las culturas contemporáneas de Sicilia y Cerdeña. De hecho, los contactos comerciales entre la isla de Cerdeña y la Península Ibérica fueron bastante frecuentes a finales de la Edad de Bronce, en los siglos X y IX a C.

En Cerdeña se había desarrollado la cultura nurágica entre los siglos XVIII y X a C, que debe su nombre a la construcción de unas torres de piedra llamadas nuragas. Esta cultura tiene sus paralelos en las islas Baleares, cuyos habitantes ibéricos construyeron a su vez otras torres denominadas talayots, algunas de las cuales son muy parecidas a las nuragas de Cerdeña. No obstante la cultura balear de los talayots comenzó en una fecha más tardía que la cultura sarda de las nuragas, de modo que la difusión de este tipo de construcciones debió de producirse de este a oeste, a diferencia de lo que había ocurrido con los megalitos y la cerámica campaniforme. Hay que señalar, por otra parte, que la isla de Menorca fue llamada Nura, un nombre muy semejante al de la ciudad de Nora y al de las nuragas. En Cerdeña también se documentan los topónimos Nurae y Nurri, y en la propia Italia encontramos Nure y Nurae. En la lengua sarda actual, “nurra” significa “montón de piedras”, lo cual nos proporciona la etimología del término “nuraga”, cuyo origen debe de ser muy antiguo.

Respecto a Sicilia, Tucídides cuenta que los habitantes de la parte occidental, denominados sicanos, eran de origen ibero, aunque ellos creían ser los más antiguos moradores de la isla. Otro autor griego del siglo III a C, Timeo de Taormina, consideraba a los sicanos como un pueblo autóctono, mientras que Filisto de Siracusa también pensaba que eran ibéricos. Es posible que ambos autores tuviesen razón y que los llamados sicanos llevasen mucho tiempo asentados en la isla pero aún conservasen un antiguo parentesco étnico y cultural con los iberos, como puede deducirse del testimonio de Éforo de Cumas, otro autor del siglo IV a C. También nos cuenta Tucídides que en la parte oriental de la isla vivían los sículos, llegados a la isla desde Italia alrededor del año 1000 a C, cuando los sicanos ya estaban asentados en ella. Actualmente se sabe que los sículos eran un pueblo de lengua indoeuropea, muy diferente por tanto a los iberos. Los sículos formaban parte de una gran migración de pueblos que penetraron en Italia desde el norte a finales de la Edad de Bronce.

Respecto a los nombres de los sículos y los sicanos, que resultan tan parecidos, éstos debieron de ser aplicados por los griegos que colonizaron Sicilia en los siglos VIII y VII a C, en base a la denominación por la que fue conocida esta isla entre los pueblos del mar Egeo. De hecho, el topónimo Sikelia, muy semejante a Sicilia, se documenta en varios lugares de la antigua Grecia, y también se sabe que un pueblo que vivía en una región costera del Egeo a finales de la Edad de Bronce fue llamado shekelesh por los egipcios y sikalayu por los sirios. Esta tribu de origen egeo-anatólico, uno de los llamados Pueblos del Mar, podría haber dado su nombre a la isla de Sicilia entre los siglos XIII y XII a C, ya que es muy posible que estableciese entonces alguna colonia o factoría comercial en la costa de Sicilia. Así pues, ni los sicanos de origen ibérico ni los sículos de origen indoeuropeo debían de darse estos nombres a sí mismos, pues tales denominaciones se explican simplemente por el hecho de haber ocupado dos regiones diferentes de Sicilia. De hecho, los sículos debían de ser un grupo de ítalos que se trasladó desde el suroeste de Italia hasta Sicilia, ya que Filisto de Siracusa consideraba a Sicelo, el héroe epónimo de los sículos, como el hijo de otro legendario patriarca llamado Ítalo. También el río Sicano de Iberia, que suele identificarse con el Júcar o con el Segre, debió de recibir este nombre de los navegantes griegos, y no de los iberos que poblaban la costa oriental de nuestra península.

Por último hay que añadir que el poeta romano Virgilio mencionó a los sicanos entre los antiguos habitantes de Italia, pero posiblemente se refiriese a los “sículos” o ítalos de origen indoeuropeo, y no a los “sicanos” de origen ibérico, ya que en su relato, los sicanos van acompañados de los ausonios, otra tribu indoeuropea que suele emparentarse con los ítalos.

En conclusión, las relaciones culturales entre la Península Ibérica y las islas del mar Tirreno fueron constantes desde el Neolítico hasta los inicios de la Edad de Hierro, y probablemente llegaron a producirse contactos directos entre los habitantes de estas dos zonas geográficas. Se puede deducir por tanto que existió un parentesco étnico entre estas poblaciones prehistóricas del Mediterráneo occidental, el cual se confirma a través de los testimonios de Tucídides, Filisto y Éforo. Sin duda estos autores debieron de constatar la semejanza que existía entre los iberos y los antiguos habitantes de Sicilia, en lo que respecta a sus costumbres y a sus lenguas. Resulta además factible que, entre el III y el II milenio a C, algunos grupos ibéricos se hubiesen trasladado hasta el noroeste de África, una zona en la que también se difundió la cultura de los megalitos y la cerámica campaniforme, y desde allí hubiesen llegado hasta las cercanas islas de Sicilia y Cerdeña, o bien que hubiesen alcanzado estas islas desde las Baleares. La presencia de iberos en Sicilia durante el II milenio a C, cuando la isla era visitada por comerciantes cretenses y micénicos, explica las innovaciones de origen egeo que se han encontrado en la cultura ibérica de El Argar. Los sicanos podrían haber mantenido a su vez contactos comerciales con sus antiguos parientes étnicos de Iberia y, de este modo, habrían desempeñado el papel de intermediarios en ese proceso de difusión cultural desde el mar Egeo hasta la Península Ibérica.    

           
FUENTES CLÁSICAS CITADAS

Éforo de Cumas (citado por Estrabón en “Geografía” VI, 2, 4)
Estrabón, “Geografía” VI, 2, 4
Filisto de Siracusa (citado por Diodoro Sículo en “Biblioteca Histórica” V, 6, 1 y por Dionisio de Halicarnaso en “Antigüedades Romanas” I, 22, 4)
Pausanias, “Descripción de Grecia” X, 17, 5
Timeo de Taormina (citado por Diodoro Sículo en “Biblioteca Histórica” V, 6, 1)
Tucídides, “Historia de la Guerra del Peloponeso” VI, 2
Virgilio, "Eneida" Libro VIII

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