domingo, 25 de diciembre de 2016
jueves, 8 de diciembre de 2016
Milagro de Empel - Festividad de la Inmaculada Concepción
lunes, 21 de noviembre de 2016
¡Santiago y cierra, España!
"¡Santiago y cierra, España!" no es, pues, de ninguna manera, ese grito endogámico de la España tenebrista, cerrada sobre sí misma, enemiga de la libertad y del progreso que todos los que se han permitido el lujo cultural de escupir sobre nuestra propia Historia han proyectado y fomentado con mucho éxito, por cierto. Desde el más tonto al más listo; como por ejemplo, Ramón María del Valle-Inclán, quien en su obra "Luces de Bohemia", pone en labios del modernista Dorio de Gádex "Santiago y abre España, a la libertad y al progreso". Aún sin quererlo, acierta Valle-Inclán. Claro que el acierto azaroso, surgido de la voluntad expresa de querer decir todo lo contrario, es la peor forma de acertar porque, efectivamente, "¡Santiago y cierra, España" nace de la firme voluntad de los españoles de conquistar su libertad y, a partir de ella, el progreso que convirtió a España en la primera potencia mundial durante siglos y en todos los órdenes, no solo el militar, también el cultural, científico y artístico.
La voz "¡Santiago y cierra, España!" nace en la Reconquista, concretamente en la batalla de las Navas de Tolosa. Descompongamos la frase: Santiago, invocación al Apóstol, patrón de España, del que hoy ni el Rey de la tierra que él evangelizó se acuerda. Está tan liado, el pobre, que hasta con la Historia de su Patria se ha hecho un lío. Cierra, voz castrense mediante la cual se ordenaba cerrar el cuadro de las formaciones de infantería y de las brigadas de caballería buscando acometer al enemigo, acortar distancias con él y trabar combate. Nada que ver, por lo tanto, con la interpretación, incluso valleincalnesca, de cerrar, en el sentido de clausurar, España a la libertad y el progreso. Después viene la coma, signo de puntuación de pausa que separa el término cerrar del nombre de España. Por lo tanto, para todo aquel que sepa leer no se quiere decir, de ninguna manera, cerrar España como quien cierra una puerta para que nada ni nadie entren, dejando aislados a los que están al otro lado. No. Finalmente y después de la coma, España como invocación a la Patria por la que se va a luchar, a morir y a vencer, siempre con la intercesión de Santiago, en el inminente combate.
Gracias a la invocación "¡Santiago y cierra, España", nacida en la Reconquista y utilizada también por los Ejércitos Imperiales españoles, España se abre al mundo, conquista el mundo y el mundo acaba hablando español porque los Tercios Viejos cerraron sus cuadros sobre la geografía universal. Si España se hubiera cerrado, como sostienen los juglares del viejo mester de progresía, hoy más de medio mundo no sabría qué significan libertad y progreso.
Fuente: La gaceta
miércoles, 26 de octubre de 2016
Carlomagno, Emperador Franco y de la Cristiandad.
Carlomagno, rey de los francos fue el fundador del Imperio Carolingio que más tarde se convirtió en el Sacro Imperio Romano Germánico.
Carlomagno fue hijo bastardo de Pepino el breve y nieto de Carlos Martel. Nació en el año 742 y murió en el año 814, a los 72 años de edad lo que era una extraordinaria longevidad para la época.
Antecedentes: el contexto histórico anterior a la época de Carlomagno
Carlomagno está asociado históricamente al resurgir -tras los primeros siglos oscuros europeos posteriores a la caída del Imperio Romano de Occidente- de una organización política y religiosa capaz de alcanzar el llamado "Renacimiento Carolingio"
Pero ya antes de Carlomagno empezó a haber un caldo de cultivo propicio para este fenómeno.
Ya en la primera mitad del siglo VIII, el Reino Franco se encontraba en el proyecto de una reconstrucción cultural, religiosa y militar.
Este movimiento tiene dos influencias distintas. Por un lado era consecuencia de la entrada de libros procedentes de las islas británica. Por otro, desde Roma se emprende la vital tarea de transmitir las enseñanzas clásicas y de mejorar los textos de los libros esenciales para toda comunidad cristiana.
Es por ello que las formas litúrgicas seguidas en el reino de los francos se veían cada vez más influidas por las prácticas recomendadas por el papado romano.
Biografía de Carlomagno
Carlos (luego llamado Carlomagno), hijo de Pipino el Breve, heredó tras la muerte de su padre en 768 un amplio territorio. La otra parte correspondió a su hermano Carlomán.
Sin embargo, la pronta muerte de Carlomán en el año 771 hizo posible la reunificación pacífica del reino bajo la soberanía de Carlos.
Los primeros años de su gobierno estuvieron dedicados a la guerra, acometiendo expediciones conquistadoras sobre lombardos a petición del Papa de Roma Adriano I, que se veía amenazado por éstos.
También penetró en la Península Ibérica, siendo vencido en la famosa batalla de Roncesvalles por los vascones, que luego generaría el famoso cantar de gesta sobre Roland (o Roldán)
Posiblemente sus guerras más encarnizadas las mantuvo con los sajones de la Península Danesa, pueblo guerrero de gran espíritu de independencia y no cristianizado, que ofrecieron heroica resistencia.
Tras numerosas campañas, en el año 785 los sajones decidieron someterse a Carlomagno, aceptando el bautismo.
La administración y el gobierno
Cuando Carlomagno y su corte no se encontraban en campaña permanecían un cierto tiempo en distintos lugares sin residencia fija, hasta que a finales de siglo VIII se erigió el gran palacio de Aquisgrán. Durante la última parte del reinado, la corte franca residió normalmente en Aquisgrán.
Como todo gobernante medieval que debía administrar grandes territorios, el principal reto de Carlomagno fue establecer un sistema de control de sus dispersas tierras mediante la delegación en una serie de nobles (condes y prelados).
Para mantener un permanente control de estos prelados, se les exigía presentarse a la corte periódicamente. Por otro lado, empleó con creciente frecuencia las llamadas capitulares o instrucciones escritas que abarcaban leyes, normas tanto del ámbito religioso como político.
Carlomagno y el Renacimiento Carolingio
Carlomagno fue consciente de la incultura de su corte y reinante en casi toda la sociedad del momento por lo que quiso recuperar la cultura para poder administrar mejor sus amplios dominios.
El rey ya había atraído, antes del año 780, a varios sabios italianos a su corte.
El año 782 se les unió el inglés Alcuino, cuya estancia en York le había inculcado un excelente conocimiento de la liturgia, de la patrística y de algunos autores paganos, como Virgilio. Alcuino ejerció de maestro de Carlomagno inculcándole amor por la el mundo de las ideas y las artes e influyendo en su manera de hacer política.
Estos últimos años de la vida de Carlomagno coinciden con el auge de las artes que él impulsa. Se escriben e iluminan códices, se realizan bellas obras de eboraria y orfebrería, se construyen escuelas y bibliotecas y se acometen ambiciosas obras de arquitectura. Todo ello con el denominador común de un acusado semiclasicismo que añora la grandeza del viejo Imperio Romano.
Entre sus principales impulsos culturales hay que citar la creación de la Escuela Palatina de Aquisgrán.
Estamos ante lo que se ha venido en llamar un auténtico renacimiento, el "Renacimiento Carolingio".
Carlomagno, emperador
Las posesiones territoriales del Imperio carolingio alcanzaron una enorme extensión. Muchos de sus cortesanos comenzaron a lanzar la idea de que la preponderancia de carlomagno sobre otros monarcas contemporáneos exigía un título comparable al emperador de Constantinopla, que además se había desviado de la ortodoxia cristiana.
No será hasta la llamada en su defensa del papa León III, atacado por los romanos, cuando los acontecimientos se precipitan. El rey franco atraviesa los Alpes para defender al sucesor de Pedro en la ciudad eterna, hecho que provoca la coronación como emperador en las Navidades del año 800.
Tras su muerte
Pero el intento de reverdecer el viejo Imperio Romano de Occidente no duró mucho pues sus descendientes no tenían el carácter y genio de Carlomagno con lo que el imperio paso graves crisis hasta su fragmentación y recuperación por parte de Otón I El Grande.
Fuente: Arteguias.com
jueves, 1 de septiembre de 2016
domingo, 7 de agosto de 2016
Carl Gustav Jung y Rene Guenon
Si bien al inicio de su carrera profesional Jung se centró en el inconsciente personal (que no es el "subconsciente" freudiano puesto que incluye "gérmenes" positivos para el desarrollo armónico del alma), la práctica totalidad de su investigación se centra en las "zonas altas de lo inconsciente", ese supraconsciente que el denominó "inconsciente colectivo" cuya naturaleza exacta es imposible de dilucidar bajo parámetros científicos y fenomenológicos, pero que, desde luego no son "psíquicos" sino extra-psíquicos o "suprapsíquicos", y que denominó "psicoideo".
En este sentido, el "medio" más idóneo para "comprender" -en la medida en que es posible al alma humana- el "mensaje espiritual" proveniente del ámbito psicoideo es el Símbolo arquetípico que, por ejemplo, se manifiesta en cierto tipo de sueños, que él llamó "sueños grandes" o "sueños arquetípicos". El símbolo "espiritualiza" al ser humano cuando éste lo asimila en lo que puede empleando para ello la totalidad de sus facultades.
El alma (o psique) es la intermediaria entre el cuerpo y el espíritu, entre lo somático y lo psicoideo (y lo que hay más allá), y sólo a través del alma el ser humano puede acceder al ámbito del espíritu. Por eso el ámbito de actuación de la hermenéutica junguiana es el alma, de la cual dijo que era "religiosa por naturaleza".
Jung se propuso, a través de sus métodos, proporcionar a los hombres la técnica y el conocimiento necesario para poder eliminar ciertas ilusiones o proyecciones, para lo cual es preciso adentrarse en el camino del "conócete a tí mismo" de Sócrates.
La hermenéutica junguiana es una nueva afloración del hermetismo, tradición occidental por excelencia, sólo que con una terminología nueva. Jung es un alquimista moderno que ha adaptado la tradición hermética al "medio ambiente" moderno. Jung rechazó hablar sobre la metafísica de la religión, aunque sí se centró en la "imaginería" religiosa, es decir, en las "formas" adoptadas por lo sagrado, lo numinoso, lo psicoideo; formas que adoptan formulaciones, expresiones e iconografía humana al contactar con el alma y, luego, con el ego-yo de la conciencia-consciencia.
Mientras Guénon optó fundamentalmente por el gnosticismo, Jung lo hizo por la metafísica; mientras Guénon se centró en el espíritu, Jung lo hizo sobre el alma; mientras Guénon incidía en el Yan (lo Masculino), Jung lo hacía sobre el Yin (lo Femenino); mientras Guénon centra su discurso sobre el Purusha, Jung lo hace sobre Prakriti; mientras Guénon mira a Oriente, Jung se queda en Occidente...
Los postulados de Jung eran cercanos al cristianismo, mientras que Guenón profesaba un sincretismo masónico de cáliz conservador que terminó conduciéndole al Islam.
Mientras Guénon siguió primordialmente la "Vía Seca" o de la Mano Derecha que bebía del gnosticismo masónico, Jung se decantó por la "Vía Húmeda" o de la Mano Izquierda que es la de las imágenes y la del empirismo.
Mientras Guénon le gustaba lo "abstracto" (el Mundo de las Ideas), Jung se detenía en lo "concreto" (lo empírico, lo vivenciado día a día por su alma-psique).
Mientras Guénon creía en una cadena iniciática regular cuyo punto de origen se encuentra en el Centro Supremo guardián de la Palabra (de la Tradición Primordial que es "extrahumana" pues su fuente es el Verbo), Jung creía en el Inconsciente Colectivo, "depósito" espiritual de la Humanidad cuyo origen primero es Dios, y al que cada ser humano puede "acceder" sin necesidad de iniciación regular ninguna pues la "influencia espiritual", a modo de "gracia divina", se encuentra ya implícita en los arquetipos psicoideos de ese Inconsciente Colectivo Psicoideo.
Mientras Guénon insistió en la regularidad iniciática y la "influencia espiritual" proporcionada ritualmente en el seno de una organización iniciática, como la masonería, Jung afirma que el verdadero "iniciador" es el "gurú" interior, el Sí-Mismo, teniendo como intermediario al alma y no a un ser humano concreto, de ahí que en su obra no exista rasgo alguno de pertenencia a una organización iniciática.
Refiriéndose a Cristo dijo, en Efesios IV, 9: "Mas ¿por qué se dice que subió a los cielos, sino porque antes había descendido a los lugares más ínfimos de la tierra?.
"Llamado o no llamado, Dios está presente": máxima que Jung talló en el dintel de la entrada de su casa y que se encuentra en su estela funeraria.
sábado, 23 de julio de 2016
La carga de los tres reyes, Navas de Tolosa
Los paró un rey castellano, Alfonso VIII. Consciente de que en España al enemigo pocas veces lo tienes enfrente, hizo que el papa de Roma proclamase aquello cruzada contra los sarracenos, para evitar que, mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León, adversarios suyos, le jugaran la del chino, atacándolo por la espalda. Resumiendo mucho la cosa, diremos que Alfonso de Castilla consiguió reunir en el campo de batalla a unos 27.000 hombres, entre los que se contaban algunos voluntarios extranjeros, sobre todo franceses, y los duros monjes soldados de las órdenes militares españolas. Núcleo principal eran las milicias concejiles castellanas -tropas populares, para entendernos- y 8.500 catalanes y aragoneses traídos por el rey Pedro II de Aragón; que, como gentil caballero que era, acudió a socorrer a su vecino y colega. A última hora, a regañadientes y por no quedar mal, Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida peña de doscientos jinetes -Alfonso IX de León se quedó en casa-. Por su parte, Al Nasir alineó casi 60.000 guerreros entre soldados norteafricanos, tropas andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios fanáticos de poco valor militar y escasa disciplina: chusma a la que el rey moro, resuelto a facilitar su viaje al anhelado paraíso de las huríes, colocó en primera fila para que se comiera el primer marrón, haciendo allí de carne de lanza.
La escabechina, muy propia de aquel tiempo feroz, hizo época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades, intentando alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir, que sentado sobre un escudo leía el Corán, o hacía el paripé de leerlo -imagino que tendría otras cosas en la cabeza-, había plantado su famosa tienda roja. La vanguardia cristiana, mandada por el vasco Diego López de Haro, con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias como la de Madrid fueron casi aniquiladas tras luchar igual que leones de la Metro Goldwyn Mayer. Atacó entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares como núcleo duro, sin lograr romper tampoco la resistencia moruna. La situación empezaba a ser crítica para los nuestros -porque sintiéndolo mucho, señor presidente, allí los cristianos eran los nuestros-; que, imposibilitados de maniobrar, ya no peleaban por la victoria, sino por la vida. Junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían como gato panza arriba. Fue entonces cuando Alfonso VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó saliva y volviéndose al arzobispo Jiménez de Rada gritó: «Aquí, señor obispo, morimos todos». Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con vergüenza torera y un par de huevos, ondearon sus pendones y fueron a la carga espada en mano. El resto es Historia: tres reyes españoles cabalgando juntos por las lomas de Las Navas, con la exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para dejarles paso. Y el combate final en torno al palenque, con la huida de Al Nasir, el degüello y la victoria.
¿Imaginan la película? ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos? Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura.
Arturo Pérez Reverte
sábado, 16 de julio de 2016
miércoles, 15 de junio de 2016
El Ejército Blanco Ruso (1918-1921)
El Movimiento Blanco se formó en la primavera de 1917 para combatir al nuevo gobierno bolchevique que había tomado el poder en Rusia.
En sentido estricto, no existía ningún Ejército Blanco; sin coordinación central, las fuerzas blancas fueron más bien una confederación de grupos contrarrevolucionarios nacionalistas, entre el cúal una gran mayoría había servido en el ejército del zar Nicolás II y buscaban el retorno de la monarquía en el Imperio Ruso. La mayoría de oficiales que conformaban el núcleo del ejército eran ex combatientes de la Primera Guerra Mundial de ideología nacionalista monárquica, pero otros grupos minoritarios apoyaban a otras tendencias políticas: demócratas, social-revolucionarios de derecha y otros opositores de la revolución comunista de Octubre.
Las tropas de base del ejército blanco incluían tanto a enemigos declarados de los bolcheviques (muchos cosacos, por ejemplo), defensores de la monarquía y campesinos. A veces, los aliados occidentales de la Triple Entente y fuerzas extranjeras formadas por voluntarios proporcionaron importante asistencia a las unidades del ejército, ya que el Ejército Blanco no podía contar con el apoyo logístico por parte del zar, debido que el mismo había sido asesinado por los bolcheviques en julio de 1918.
Los blancos aguantaron bastante tiempo en algunas zonas (especialmente en el este de Siberia, Ucrania y Crimea) bajo la dirección del General del Movimiento contrarrevolucionario de los Blancos, el Ataman Semiónov que sustituyó al Almirante Kolchak tras su muerte y por otro lado el barón Roman von Ungern-Sternberg. En la etapa tardía de la guerra, el Ejercito Blanco fracasó en la unidad o la cooperación efectiva entre sus cuerpos, mientras que el Ejército Rojo paulatinamente consiguió ventaja.
La ideología del Movimiento Blanco estuvo en permanente desarrollo durante la guerra civil. Los generales Lavr Georgevich Kornilov y Anton Ivanovich Denikin sostuvieron ciertas formas de base ideológica pero ninguna era tan concreta o coherente como la del general Piotr Wrangel durante el llamado experimento de Crimea en 1920. Fue ahí donde Wrangel planteó brevemente el núcleo del ideal blanco, que hacía énfasis en la liberación de Rusia de los judeo-bolcheviques y otras fuerzas anárquicas, el establecimiento de un gobierno justo y honrado, la protección de los fieles de las persecuciones religiosas, los derechos del granjero a la propiedad de la tierra y la oportunidad de todos los rusos de elegir a un líder.
Tras el fin de la guerra civil, los conceptos de Wrangel fueron plasmados en una ideología concreta por pensadores rusos como Ivan Ilyin, basada principalmente en las ideas de los eslavófilos.
Por otro lado Alexander Kolchak encabezaba el movimiento blanco en el corazón de Rusia y en su parte oriental durante 1919, proclamándose como gobernador supremo, con la ayuda del general Káppel consiguió durante las primeras fases de la guerra conquistar una gran parte de Rusia, venciendo a los bolcheviques en varias batallas. Con la traición de los checos fué capturado por los bolcheviques y ejecutado.
En agosto de 1922, dos meses después de su derrota, el ejército blanco del lejano Este del general Mijaíl Ditterix llegaría tan lejos como para pactar la Zemskiy Sobor de Preamursk y elegir (sin su participación) al Gran Duque Nicolai Nicolaievich Romanov zar de todas las Rusias.
Luego que fue vencida la Guardia Blanca, oficialmente mediante un decreto de 1921 de la Comisión Central Ejecutiva de Rusia y del Soviet de Comisarios del Pueblo, entre dos y tres millones de personas (entre los cuales se encontraban antiguos rusos blancos u opositores a la Revolución de Octubre) pasaron a ser proscritos, motivo por el cual hubo una fuerte emigración de rusos antisoviéticos, agrupándose en Berlín, París, Harbin y Shanghái, estableciendo redes culturales que durarían hasta los años 50. A partir de dicho momento, sus actividades encontrarían acogida en Estados Unidos. Muchos oficiales y ex soldados del Ejército Blanco lucharon durante la Segunda Guerra Mundial en el Ejército Alemán desde el principio, como por ejemplo Piotr Krasnov junto a sus soldados cosacos. Después de la Segunda Guerra Mundial la actividad blanca se concentraría posteriormente en círculos de exiliados.
El Movimiento Ruso Blanco fue la primera fuerza organizada que entró en lucha armada contra la Internacional Comunista que había tomado el poder. El teniente general monárquico E. K. Miller, que fue en 1919-1920 uno de los jefes del Movimiento Ruso Blanco, y que encabezó en el exilio la Unión Militar Rusa, declaró que la Cruzada contra el comunismo empezada en España era continuación de la Lucha Blanca y llamó a los nacionalistas rusos a que se enrolaran como voluntarios en el bando nacional durante la Guerra Civil Española. Unos ochenta miembros de la ROVS y unos nacionalistas en forma individual, lograron entrar en España, donde intergraron un destacamento ruso que formaba parte del Tercio Doña Maria de Molina. Los anticomunistas rusos lucharon también en las filas de la Legión Extranjera Española y otras unidades del Ejército Español.
En la Rusia actual la memoria de los rusos blancos ha sido restablecida y se les reconoce como héroes de la Federación Rusa.
Piotr Wrangel
Alexandr Kolchak
Vladimir Káppel
Piotr Krasnov
Ataman Semionov
Barón Ungern Von Sternberg
jueves, 21 de abril de 2016
viernes, 8 de abril de 2016
Saladino el Cruel
Contrariamente a lo que salen en películas de Hollywood como "El Reino de los Cielos" y algunos libros con cierta antiguedad que tenían más ficción que realidad en su contenido, Saladino no fué un ser de luz caballeroso y piadoso, ni mucho menos, lo que ocurre es que comparado con otros líderes musulmanes, él era más benévolo (era Kurdo, no árabe) ya que la mayoría solían ser crueles sanguinarios, al estilo del Estado Islámico actual; pero como veremos a continuación Saladino tampoco se quedaba corto en cuanto a crueldad.
Este personaje, como todos los grandes hombres, tiene sus luces y sus
sombras, y después de leer su biografía escrita por diferentes autores,
vemos que Saladino tuvo solamente una verdadera fobia, y ésta era su
odio cerval a los caballeros del Hospital y sobre todo a los
templarios.Después de la batalla de Tiberiades,mandó buscar a todos los
prisioneros templarios y hospitalarios y ofreció a sus hombres,
cincuenta dinares por cada caballero de estas órdenes que le trajeran.
Dicen las crónicas que llegó a reunir a casi setecientos y una vez los
tuvo delante gritó a sus soldados:”Quiero extirpar de la Tierra estas
dos razas impuras” (Las Cruzadas,Johannes Lehmann).
Y seguidamente pidió a los sufies (místicos de la religión musulmana)
que le acompañaban, que con sus propias espadas les cortaran el cuello.
Durante toda la matanza estuvo presente y riendo.Cuando se terminó el
horrible espectáculo, dijo simplemente: “Hemos hecho una buena obra”, y
seguidamente como contraste dejó libre a varios cientos de cristianos
también hechos prisioneros en la misma batalla.
A qué motivo se debía su odio asesino a los caballeros-monjes
cristianos; ningún historiador ha sabido interpretarlo, pero parece ser
que quizá Saladino buscó “algún secreto” conocido por ellos, y más
concretamente por los templarios, pues la única vez que se portó
humanamente con alguien del Temple, fue cuando capturó en un solo día al
Gran Maestre de los Templarios y a Hug de Tiberiades.
Los mantuvo un tiempo en su corte, habló y bromeó con ellos e incluso en
un hecho insólito, dió cincuenta mil besantes de su bolsillo, para
liberarlos y cuando los dos caballeros marcharon, les dio una importante
cantidad de dinero ¿le habían dicho lo que deseaba saber?. El
historiador Zoé Oldenbourg en su inmensa obra Las Cruzadas
(editorial Destino) nos dice que al parecer Saladino había hecho un
voto místico desde muy joven, para acabar con los caballeros-monjes.
domingo, 20 de marzo de 2016
Corsarios, piratas, filibusteros y bucaneros.
Bandera del capitán Barba Negra
Pirata era el que robaba por cuenta propia en el mar o en zonas costeras. Para Azcárraga, piratería era “aquella expedición armada o empresa por mar con un fin lucrativo y sin tener la autorización del Estado”. Su actuación indiscriminada contra todo tipo de navío mercante alteraba el comercio regular y motivaba su persecución por las naciones marítimas y sobre todo por las potencia hegemónicas, afectadas por el desorden marítimo. El mismo autor afirma que un elemento básico de la piratería consiste “en que debe amenazar la seguridad comercial general no tan sólo la de un país aislado o buque”. Resulta así que el pirata es enemigo de todo el comercio marítimo, porque se mueve exclusivamente por su afán de lucro, sin discriminar ningún pabellón nacional. En América los piratas atacaron principalmente las colonias portuguesas y españolas, pero lo hicieron porque eran las únicas que existían hasta mediados del siglo XVI, y luego porque fueron las más ricas durante el siglo XVII. Cuando las colonias inglesas fueron rentables, a comienzos del siglo XVIII, fueron igualmente objeto de sus depredaciones. Ahora bien, el pirata no era anti-español, sino apartida. Su bandera negra (o roja) era el símbolo de su libertad y la enarbolaba como oposición a los pabellones nacionales.
El corsario actuaba igual que el pirata, pero frecuentemente, no siempre, se amparaba en una ética. Esta ética procedía de la aplicación de la ley de Talión y era el derecho de represalia. La patente real que se le entregaba, legalizaba su misión por lo que, como señaló Azcárraga, “su participación en la guerra no podría ser considerada ni como un caso de piratería, ni como un acto de guerra privada”. El mismo autor añade que incluso es preciso admitir la existencia de un “corso general”, ejercido por todos los súbditos de un monarca contra los súbditos y propiedades de otro Estado beligerante (derecho de represalia), y un “corso particular”, que sería el que usualmente llamamos corso, practicado por algunos súbditos que solicitaban al soberano autorización para infringir daños al enemigo. La moral del corsario español se fundaba en recobrar los bienes de la corona o de sus compatriotas, y la de los corsarios extranjeros en romper el monopolio comercial impuesto por España. Azcárraga nos da una buena definición de la actividad corsaria con estas palabras: “empresa naval de un particular contra los enemigos de su Estado, realizada con el permiso y bajo la autoridad de la potencia beligerante, con el exclusivo objeto de causar pérdidas al comercio enemigo y entorpecer al neutral que se relacione con dichos enemigos”. Frecuentemente el corsario es un marino particular –no siempre- que ofrece sus servicios y su embarcación a un monarca –no tiene que ser necesariamente de su propio país- y comúnmente en tiempos de guerra, para integrar, con otros de su misma calidad, una especie de marina auxiliar de la nacional. Sus barcos son llamados igualmente corsarios, corsaires en francés, y privateers en inglés. El corsario incluso emplea la treta de enmascarar su navío de guerra como si fuera un mercante, para sorprender mejor a su presa.
El corsario acepta las leyes y usos de la guerra, observa las instrucciones de su monarca y ofrece una fianza, como garantía de que respetará el orden establecido. Su ejercicio profesional se limita a menudo por leyes u ordenanzas: Leyes de Pisa de 12889, de Génova en 1313 y 1316, acuerdos de la Liga Anseática de 1363, 1364 y 1382, los anglo-franceses de 1495 y 1597, el reglamento francés de corso de 1373 y las posteriores ordenanzas de corso de 1584 de Francia, 1597 y 1622 de Holanda, 1707 de Inglaterra, 1710 de Dinamarca, etc. La legislación española sobre el corso data de 1356 ( Ordenaciones de Pedro IV de Aragón) y de la normativa de los RR.CC. de 1480 sobre el quinto de las presas marítimas. Las primeras ordenanzas para el corso español en América son de 1674.
Un aspecto enmascarador de la actividad corsaria es la coyuntural impuesta por la guerra. Frecuentemente el corsario era un pirata que aceptaba servir a un soberano para atacar las naves de otro al que le había declarado la guerra. Teóricamente, era un pirata cuando atacaba las naves de un monarca que estuviera en paz con el suyo, tras un conflicto. Esto último era muy raro, aunque cuenta con un ejemplo tan elocuente como el de Walter Raleigh, que fue ahorcado precisamente por esto. Ahora bien, en una época en la que las comunicaciones marítimas eran difíciles, tales situaciones resultaban a veces sutiles y hasta injustas. Realmente eran muy escasos los corsarios que suspendía un ataque a un mercante cuando se enteraban de que su rey acababa de firmar un tratado de paz con la nación que amparaba a dicho mercante, aunque hubo algunos casos. Para terminar de complicar las cosas diremos que en América existían unos extraños corsarios franceses que sólo actuaban contra las posesiones españolas situadas al sur del Trópico de Cáncer y oeste del meridiano de las Azores. La paz de Vervins, acordada entre España y Francia, estipuló en un artículo secreto que tal armisticio no tendría validez en dicho espacio. Resultaba así que un aventurero francés con patente de corso era un honrado marinero que zarpaba de su país y llegaba al meridiano de las Azores, momento en el cual se transformaba en corsario.
Bandera (Jolly Rogers) del capitán Jack Rackham
Azcárraga ha señalado las causas por las cuales un corsario podía ser considerado un auténtico pirata, que son las siguientes:
1) Cuando el barco pirata no posee patente.
2) Cuando continúa su actividad corsaria después que haya expirado el plazo que se le marcó en su patente, o si la guerra hubiera terminado, o si dicha patente le fuera retirada.
3) Cuando el corsario ha aceptado dos o más patentes de distintos beligerantes.
4) Cuando el corsario se apropia ilegal y directamente, en su beneficio propio, de barcos y cargamento.
5) Cuando el corsario acepta la patente de un Estado con la tajante prohibición a este respecto de su Gobierno (en este caso puede ser tratado como pirata incluso por su propio Estado, que le otorgó la primera patente).
6) Cuando el corsario viole las leyes del Derecho de Gentes y use un falso pabellón.
7) Cuando no presente voluntariamente su presa ante un Tribunal competente.
8) Por último, cuando el corsario haga su guerra en aguas fluviales del enemigo.
La sumisión de un corsario a un monarca se evidenciaba con la entrega de éste de una parte del botín. La comisión, en cualquier caso, convertía al monarca en socio y cómplice de las acciones de su corsario. Este carácter le convertía en hombre de negocios, a la par que marino. La soberana inglesa entregaba a sus corsarios notables algunos buques reales para aumentar la eficacia de sus golpes de mano, con lo que también incrementaba sus propios ingresos. El corso era así una actividad subvencionada por el Estado. Aún hay mas; muchos corsarios eran subvencionados por compañías comerciales, que les otorgaban las patentes y recibían luego parte de los botines logrados. El caso es bien conocido entre los corsarios holandeses de la Compañía de las Indias, pero también entre los de otros países. Hubo corsarios españoles de la Compañía Guipuzcoana, de Gobernadores indianos y hasta de algunos municipios (algunos corsarios daban parte de sus botines a los ayuntamientos que les amparaban). De aquí que fuera apoyados económicamente por burgueses e incluso por nobles. De ahí, también, que el corsario fuera considerado una figura heroica para su país. Si el pirata era un personaje romántico, porque luchaba contra el sistema, el corsario era, en cambio, clásico, porque combatía y defendía el orden existente.
Pese a todo lo dicho, el mimetismo entre pirata y corsario subsistió siempre. Quizá porque como anotó Azcárraga “todos los corsarios son piratas... y todos los piratas son o pretenden, por lo menos, corsarios”. El problema es aún mayor si tenemos en cuenta que, como dice el mismo autor “El Corso se practicaba tanto en tiempo de paz, como medida de represalia, como en tiempo de guerra”. Podía haber, como tanto, corsarios que atacaran los buques de otro país con el que no se había declarado la guerra, aunque sí, cierto grado de beligerancia tradicional. Inglaterra, Holanda y, en menor medida, Francia, emplearon durante el siglo XVI y primer cuarto del XVII unos corsarios que frecuentemente combatieron contra buques y poblaciones españolas en tiempos de paz. Para los españoles eran auténticos piratas, y se extrañaban cuando les aplicaban tal calificativo. Drake, por ejemplo, se encolerizó cuando se encontró en Cartagena de Indias una cédula de Felipe II a su gobernador advirtiéndole la posible llegada de un “pirata” inglés llamado Drake. Drake le dijo al obispo de la ciudad que él no era ningún pirata, pues había sido enviado por su reina, cosa que debía saber el monarca español, atribuyendo el “error” al “exceso de secretarios y a que los reyes no podían leer siempre lo que firmaban”. El obispo le replicó con ironía: “No venimos a estas averiguaciones, sino a tratar de lo que se ha de dar porque no se quemen la ciudad y sus templos”. Realmente Drake era un corsario que actuaba contra una nación, España, considerada enemiga suya, aunque no mediara un estado de declaración formal de guerra. Para colmo de males el insulto de “pirata” se lo prodigó el obispo cuando estaba exigiendo recibos por los tesoros que robaba, actitud típica de un corsario, inimaginable en la cabeza de un auténtico pirata, a quien no le interesaban justificantes de lo que hurtaba. Algo parecido ocurría con los corsarios holandeses, que difícilmente podían declarar la guerra a España, perteneciendo a la misma corona. Al menos, hasta que no se independizaron. Parece así que lo que caracteriza al corsario del pirata era la patente que recibía para poder ejercer la piratería en beneficio de una autoridad con la que convenía previamente un negocio. Este negocio era lo fundamental y discriminaba la forma de repartir los beneficios, siempre a crédito, y a veces la participación para equipamiento de la empresa. En cuanto a la autoridad que era extremadamente compleja, lo usual era que un soberano o un Estado (el holandés), pero también podía serlo una autoridad subordinada a ellos, como sus gobernadores o a una compañía comercial con respaldo gubernamental ( la Guipuzcoana española, la de las Indias Occidentales holandesa, etc) . Tal patente daba validez de la condición corsaria, independientemente de que su portador actuara contra posesiones de un rey enemigo, que era lo usual, o contra las de otro con el que no mediaba estado de guerra. El extraño caso del ahorcamiento de Raleigh por haber atacado un territorio español (La Guayana), después de haberse firmado la paz hispano-británica no debe tomarse como significativo de que un corsario no podía atacar los dominios de otro monarca cuando hubiera mediado un tratado de paz, sino más bien como desobediencia al monarca que le había dado instrucciones al otorgarle la patente. No se repitió jamás con los corsarios holandeses. Francia tampoco aplicó tal principio a sus corsarios del siglo XVI, cuando atacaron la Florida para cortar el tráfico español en el Canal de la Bahama. Menéndez de Avilés ahorcó a quienes lo hicieron sin que la Corona francesa reclamara por ello, quizá por el hecho de que eran hugonotes. Antes al contrario, le quitó un peso de encima. Podemos concluir así que el corsario se define y significa por la patente o amparo de una autoridad, generalmente real (no siempre), para realizar asaltos en el mar, sin que necesariamente realice tales asaltos contra bienes o posesiones de una nación enemiga de la autoridad que expide la patente, cosa sin embargo frecuente. Obviamente, el corsario está obligado a respetar los bienes y posesiones amparados por dicha autoridad que le protege y con la que comparte el botín depredado.
Los bucaneros fueron una creación exclusivamente americana. Tomaron su nombre de la palabra “bucan” o “boucan”, que parece ser de origen Karib –para otros historiadores es Arawak, lo que es más improbable- y se refería, a la forma que los indios (caribes) asaban la carne. En realidad la asaban y ahumaban a la vez, y con madera verde, mediante un ingenio que llamaban barbacoa. Bucan era así la acción de preparar la carne asada y ahumarla siguiendo un procedimiento indígena. Bucaneros eran quienes preparaban así la carne. Cazaban el ganado cimarrón, puercos y vacas salvajes, descuartizaban las presas, las asaban las ahumaban, y las vendían a quienes querían comprarlas; piratas por lo común, que merodeaban por sus latitudes. Los bucaneros aparecieron a partir de 1623 y se localizaron donde había más ganado cimarrón; la parte deshabitada de la isla Española. Más tarde se hicieron también piratas, pero siguieron utilizando el mismo gentilicio para designarse a sí mismos. Gosse dijo de una manera gráfica que “de matarifes de reses, se convirtieron en carniceros de hombres”. Se llamó así bucanero tanto al cazador de ganado salvaje, como al cazador que había abrazado la piratería. En cualquier caso el bucanero fue propio del Caribe y del segundo cuarto del siglo XVII. Al convertirse en aventurero del mar se comportó como un pirata, y de aquí que pueda incluirse también como parte del mismo filum.
Los filibusteros resultaron de la fusión de los bucaneros y los corsarios. Su nombre es igualmente de un origen confuso. Para algunos historiadores deriva de las palabras holandesas “Vrij Buitre”, que significan “el que captura el botín libremente”, traducidas al inglés como “free booter” y el francés como “flibustier”. Para otros viene de las palabras holandesas “vrie boot”, que se trasladarían al inglés como “fly boat” o “embarcación ligera”, ya que empleaban naves livianas de forma aflautada, lo que les permitía gran maniobrabilidad. Los filibusteros aparecieron a partir de 1630 y principalmente en la isla Tortuga. Jaeger afirma que el filibusterismo es un fenómeno exclusivo del Caribe y de medio siglo bien determinado: el transcurrido desde 1630 hasta 1680. El filibusterismo evolucionó con el tiempo y se amparó posteriormente en algunos países de Europa occidental, que los utilizaron en su pretensión colonialista. Les brindaron refugio y ayuda, a cambio de la cual se convirtieron en servirles a sus propósitos. Es por esto por lo que para Deschamps, el filibustero, sobre todo el tardío, era un pirata semidomesticado.
Tanto los bucaneros, como los filibusteros tempranos, carecieron de nacionalidad. Eran principalmente franceses e ingleses, pero no respetaban los buques de su país. Atacaban cualquier buque mercante –y esto lo equiparaba a auténticos piratas- pero preferentemente a los españoles, por ser los que transportaban cargas más valiosas. Las potencias enemigas de España decidieron atraérselos a su lado con objeto de que actuaran contra las naves peninsulares. Se convirtieron así en unos piratas con patente para asaltar posesiones y buques españoles, de lo que se deriva ese calificativo de piratas “domesticados” que les dio Deschamps. El hecho de que contaran con la colaboración inglesa, francesa y holandesa les permitió empresas de mayor envergadura que las realizadas por los bucaneros, que actuaron de forma independiente. Para León Vignols, sin embargo, no existe una verdadera sucesión temporal entre los bucaneros y los filibusteros, que fueron en su opinión, dos sociedades complementarias. Pasaban de un oficio a otro, según les convenía, un punto de vista poco aceptado, pese a todo. Resulta así que los bucaneros fueron los cazadores de ganado salvaje de la Española, y también fueron los piratas independientes del Caribe durante el segundo y tercer cuartos del siglo XVII, mientras los filibusteros, y sobre todo los tardíos, fueron empleados principalmente por las potencias europeas enemigas de España en el Atlántico y en el Pacífico durante la segunda mitad de la centuria.
Un aspecto poco estudiado, pero fundamental, es el relativo a los lugares donde toda la familia de piratas vendía sus botines, para proveerse de alimentos, bebida e implementos de combate. Para los auténticos piratas constituyó un verdadero quebradero de cabeza, ya que podían ser apresados y ahorcados en dichos puertos. Todo dependía de la codicia y de la moral de las autoridades de los puertos a los que arribaban, cosa siempre difícil de averiguar. Los corsarios no tenían tal problema, pues regresaban tranquilamente a sus bases en Europa, donde eran bien recibidos y hasta homenajeados. Allí exhibían y vendían sus botines y eran aprovisionados para nuevas acciones. Los bucaneros utilizaron para esto la isla de la Tortuga, una auténtica guarida para quienes carecían de toda ley, y los filibusteros tardíos los puertos de Jamaica y Saint Domingue, que eran puertos francos para todos los negocios ilegales. Mansvelt intentó construir una guarida filibustera en Santa Catalina o Providencia durante el tercer cuarto del siglo XVII, pero murió sin lograrlo. Más tarde surgieron otros “puertos libres” donde autoridades poco escrupulosas hacían la vista gorda a todo lo que se vendía en ellos, generalmente a cambio de comisiones. Las dificultades impuestas por el amparo de un puerto fiable impuso en el siglo XVIII la extraña costumbre de enterrar los botines en lugares ignotos, lo que dio origen a historias fabulosas, de todos conocidas.
Para terminar conviene aclarar que piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros son tipologías representativas de un oficio de ladrones del mar que tenía infinitos eslabones intermedios, imposibles de definir. Como ocurre frecuentemente, lo indefinido es más usual que lo definido, pues el hombre gusta de expresar su voluntarismo contra todo tipo de clasificaciones. Veremos así piratas semi-corsarios, corsarios semi-piratas, bucaneros semi-filibusteros, etc. Un ejemplo patente de estas variantes fueron los primitivos “mendigos” o “pordioseros” del mar, que eran corsarios con patente, pero sin patria, ya que la suya estaba ocupada por los españoles. Eran además corsarios especializados en atacar los mercantes del rey Felipe II, que teóricamente era su propio monarca.
Fuente: “Piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros” de Manuel Lucena Salmoral.- Editorial Síntesis.
viernes, 4 de marzo de 2016
sábado, 20 de febrero de 2016
Los Combates de Cagayán, 40 españoles vencieron a 1000 samuráis
Durante el XVI la presencia de navegantes nipones y chinos en las aguas del archipiélago filipino no era nada nuevo. De hecho, antes de que la expedición de Miguel López de Legazpi en 1565 anexionara estos territorios al Imperio Español, los chinos ya habían establecido puestos comerciales en la zona y se habían convertido en una minoría de la población. Además, en 1571 los japoneses comenzaron a intercambiar plata por oro filipino en la isla de Luzón.
Sin embargo, el 29 de noviembre del año 1574, el corsario chino Li Ma Hong al mando de 3.000 hombres atacó la joven ciudad de Manila con la intención de establecer un señorío pirata. Tras un duro enfrentamiento contra fuerzas españolas y filipinas, seguido por un asedio de más de cuatro meses en el fuerte en Pangasinán, los piratas fueron derrotados y Li Ma Hong, que presumía de ser un tigre y haber escapado de más de 100.000 soldados chinos, huyó humillado. A pesar de esta victoria, el problema de la piratería en las costas filipinas continuó.
En 1580 fueron los wakō o piratas japoneses, liderados por el temido Tay Fusa, quienes llevaron a cabo un intenso saqueo y sembraron el terror en la isla filipina de Luzón, sobre todo en la provincia de Cagayán. Para poner fin a este ataque, Juan Pablo Carrión emprendió la búsqueda de Tay Fusa al mando una flotilla de siete barcos, compuesta por la galera La Capitana, el navío ligero San Yusepe y cinco bajeles pequeños de apoyo. Sin embargo, el capital español no imaginaba que el destino le llevaría a vivir, a sus casi 70 años de edad, una cruenta batalla que enfrentaría a 40 soldados españoles contra 1.000 rōnin (samuráis sin señor) y ashigaru (infanteria japonesa armada con mosquetes).
Al llegar al cabo Bogueador los hombres de Carrión divisaron uno de los juncos japoneses que había saqueando la costa de Luzón. Aunque el buque nipón era mucho mayor que los españoles y superaban en número, La Capitana logró acortar distancias hasta interceptarlo. Prepararon los cañones de la crujía y los falconetes y los tercios se armaron para el abordaje provistos por espadas, picas, arcabuces y hachas.
Las ráfagas de artillería de la galera alcanzaron el casco del junco y los soldados de Carrión saltaron a la cubierta enemiga, pero los guerreros japoneses, bien armados y entrenados en el arte de la guerra, les obligaron a replegarse. Los japoneses no solo superaban a los tercios en número sino que también contaban con arcabuces portugueses. Ante este contraataque corsario, los soldados españoles retrocedieron hacia la popa de la galera y formaron en una barrera con los piqueros delante y arcabuceros y mosqueteros detrás.
Para defender a sus hombres, Carrión cortó con su espada la driza del palo mayor y éste cayó atravesado sobre la cubierta creando una trinchera y permitiendo a los mosqueteros y arcabuceros disparar contra los japoneses, lo que provocó numerosas bajas enemigas. En ese momento, el San Yusepe disparó sus cañones contra el junco y los japoneses, batidos en retirada, saltaron al agua con la intención de llegar a nado a la costa, aunque muchos se ahogaron debido al peso de las armaduras.
Tras esta victoria, la flotilla española avanzó por el río Tajo o río Grande de Cagayán, donde se encontró con 18 champanes japoneses. Este enfrentamiento también culminó con la victoria de los tercios, quienes lograron desembarcar a los hombres y cañones de la galera en un recodo del río y se atrincheraron próximos a las posiciones del grueso de las fuerzas enemigas en tierra.
Ante el ataque español, los piratas japoneses decidieron negociar una rendición, pero exigieron una indemnización en oro como compensación por abandonar el archipiélago. Carrión se negó tajantemente y Tay Fusa ordenó atacar por tierra con más de 600 piratas.
Los tercios españoles que lideraron la defensa aguantaron dos asaltos seguidos y, para que a los japoneses les resbalen los dedos al intentar arrebatarles las picas durante la lucha, Carrión ordenó untar los mástiles de éstas con sebo. El tercer ataque se desarrolló con los españoles casi desprovistos de pólvora, pero lograron resistir con coraje y derrotar a los guerreros nipones.
Cuenta un antiguo relato tradicional japonés que sus valientes guerreros fueron derrotados por los wo-cou, unos demonios mitad pez mitad lagarto que atacaban tanto en mar como por tierra. Con este relato fantástico, que resaltaba una ferocidad en el combate inhumana, la tierra del sol naciente otorgó a los hombres de Juan Pablo Carrión una fama legendaria.
Fuente: http://ebuenasnoticias.com/