martes, 5 de febrero de 2019

Las Cruzadas en defensa de la Cristiandad



Este año se celebraron 924 años del discurso pronunciado por el papa Urbano II en el concilio de Clermont de 1095 donde en una proclama encendida y solemne llamó a los cristianos de occidente, ricos y pobres por igual a marchar en asistencia de los peregrinos que sufrían constantemente los ataques de las hordas musulmanas y que cada vez iban a más. También se lanzaban a auxiliar a sus hermanos ortodoxos en Bizancio contra la amenaza de la expansión musulmana, la cual había comenzado décadas antes.
Es en 1071 en Mazinkert donde el Imperio Bizantino sufre una derrota humillante a manos de los turcos selyúcidas, perdiendo el control de prácticamente todo su territorio al este del estrecho de los Dardanelos. Con su capital de Constantinopla directamente amenazada, la Ortodoxia griega decidió ignorar sus diferencias dogmaticas y políticas con el catolicismo romano y en marzo de 1095 llega a oídos de Urbano II su pedido de ayuda.

Para este papa responder a dicho llamado es una oportunidad perfecta; profundamente disgustado con la corrupción producida de la venta y compra de cargos eclesiásticos  así como de la administración de los sacramentos, Urbano pregonaba un regreso a las raíces monásticas y humildes de la cristiandad primitiva pero sin desviación doctrinal alguna (a diferencia de algunas herejías que hacían llamados parecidos para justificar sus despropósitos), el apoyo a las artes y el cuidado de los pobres y enfermos. Esta leve desconexión con los valores fundacionales del Cristianismo es provocada en parte debido a los estrechos lazos que muchos obispados tenían con el poder secular (léase los nobles locales), en contraparte existia una corriente de reformismo a la cual Urbano II estaba alineado, conocida entonces como las reformas benedictinas, en nombre de la orden religiosa que las pregonaba.
Otro problema que la guerra santa ayudaría a resolver era el conflicto interno, las luchas intestinas y eternas entre las nobleza medieval era algo intolerable para Urbano, pues representaba una violación de la Paz de Dios, que estipulaba el carácter piadoso de aquellos que no participaran en conflictos contra sus hermanos, el pueblo cristiano debía estar unido y redirigir toda su "agresividad" contra un enemigo externo e infiel era una buena forma de canalizar dicha belicosidad y frenar las luchas estériles dentro de Europa.
Esta lucha entre el poder clerical y el secular será parte de la tónica del Concilio de Clermont, donde entre otras cosas Urbano II excomulgará al rey Felipe I de Francia por casarse adúlteramente con una mujer también casada. Pero su discurso final será un llamado a la “raza de los francos” a luchar contra los musulmanes para recuperar Tierra Santa (Jerusalén), la proclama ¡Deus Vult! (Dios lo quiere) será el grito de batalla del papa a los cruzados, prometiendo el perdón divino de los pecados:
“Que los que se hayan acostumbrado injustamente a librar una guerra privada contra los fieles ahora vayan en contra de los infieles y terminen con la victoria de esta guerra que se debería haber comenzado hace mucho tiempo. Que aquellos que durante mucho tiempo, han sido ladrones, ahora se conviertan en caballeros. Que aquellos que han estado luchando contra sus hermanos y parientes ahora luchen de una manera adecuada contra los bárbaros. Que aquellos que han estado sirviendo como mercenarios para la pequeña paga ahora obtengan la recompensa eterna. Que los que se han desgastado a ellos mismos en cuerpo y alma ahora trabajan para un doble honor”.


Hoy por hoy, lo políticamente correcto es analizar las cruzadas como guerras libradas más por intereses políticos y económicos que por causas de la fe, algo muy alejado de la realidad. Nadie puede negar su impulso religioso, especialmente en esta primera instancia, es genuino, por primera vez hay un elemento común que une a los diversos elementos dispares de las sociedades medievales europeas, en una era llena de conflictos como la transición entre la Alta y Baja Edad Media, la búsqueda de un enemigo doctrinal externo era posiblemente la mejor apuesta para lograrlo, aprovechando la frágil situación por la que pasaban los peregrinos y Bizancio. Así fue como la era de las Cruzadas comenzó, una nueva etapa en la que los europeos terminarían un largo proceso interno, conformándose un fuerte lazo de unión entre los diversos pueblos europeos de la Cristiandad, para empezar a mirar hacia afuera, hacia lo foráneo y desconocido, como la tierra de la oportunidad para el prestigio, la gloria y la absolución. ¿Podría ser este el primer respiro del espíritu aventurero y defensivo que Europa adoptará en siglos venideros? Seguramente, puesto que la historia siempre tiende a repetirse. Las cruzadas en defensa de la Cristiandad pese a la mala imagen que se le ha dado en los últimos siglos por parte de los enemigos de la Iglesia y a veces incluso por parte de algunos cristianos movidos por la ignorancia y la ingenuidad (o por esa más que dañina "adaptación a los tiempos" que tanto les gusta a algunos para su comodidad) sirvieron para unir Europa más que nunca, así como para alcanzar un alto nivel espiritual que se hacía patente en todos los estratos sociales.


Caballero de Occidente