domingo, 12 de octubre de 2025
martes, 7 de octubre de 2025
El hombre hueco
Este escrito no habla de una época pasada, sino de la nuestra. Es una reflexión sobre el hombre posmoderno, el hombre promedio, no el más corrupto, sino el que se entrega a la inercia y pierde su alma en lo banal, renunciando a lo trascendente, a lo bueno y a lo verdadero:
Haces viajes y escapadas prefabricadas para sentirte vivo, pero en el fondo solo huyes de ti mismo. Finges tener una vida interesante mientras te pudres en la rutina y el miedo. No cambias nada, no te enfrentas a nada, solo te adormeces con ocio de escaparate, porque eres un hombre hueco.
Construyes relaciones sin verdadera entrega, dominado por la inercia y el temor, fingiendo afecto y estabilidad donde solo hay necesidad y dependencia. Te sobreproteges, desconfías, te blindas ante la otra persona mientras finges unión. Sabes que todo será efímero, que el otro no es más que un refugio pasajero de tu carencia, porque eres un hombre hueco.
Has votado a podemos o a ciudadanos, o incluso a partidos independentistas cuando estaban de moda, porque te dejas arrastrar por la masa, como un trozo de madera a la deriva... y encima te creías rebelde por ello. Solo te mueves entre las coordenadas de izquierda y derecha, desconoces la historia de tu país y piensas que solo existen comunismo y liberalismo, que solo puedes ser del Barcelona o del Madrid, porque tu forma de pensar es limitada, mediocre de raíz, y porque eres un hombre hueco.
No crees que haya nada más allá de la muerte. Tu cortitud de miras, tu soberbia y tu egocentrismo te impiden concebir que exista algo superior a ti, y menos aún aceptar que, cuando todo acabe, tendrás que rendir cuentas. Absorbido por las olas de la vida mundana, eres incapaz de hacerte las preguntas esenciales que el ser humano siempre se ha hecho: por qué estamos aquí, cómo es posible que existamos o qué había antes de que existiera el cosmos. No eres capaz, y tampoco te interesa, porque eres un hombre hueco.
Has pasado la vida haciendo lo que otros te dicen, pese a ser adulto. Trabajas en lo que antes despreciabas, en aquello que te parecía mediocre, sin entender que no es tu trabajo lo mediocre, sino tu forma de pensar y tu carácter. Te autoengañas creyendo que todo va bien. Tu frase favorita es “no me puedo quejar”. Pero tu papel en la vida es mirar. No has tomado una sola decisión vital: siempre han decidido por ti. Te lo han dado todo hecho. No tienes empuje, no tienes coraje, eres incapaz de arriesgar, porque eres un hombre hueco.
Te empeñas en aparentar una vida de éxito. Tienes un trabajo que no está mal pagado, una vivienda propia —seguramente medio pagada o directamente regalada por tus progenitores—, y cada vez que puedes, presumes de ello ante los demás, omitiendo cómo lo conseguiste, porque sabes que siempre haces trampas. Pero ni con trampas lograrás mantener ese éxito mediocre, porque es como un castillo de naipes, y con un leve soplido, se acabará desmoronando. Sic transit gloria mundi... Pero tú crees que no, que los tiempos de abundancia mundana no acabarán para ti, y que ser honrado y tener principios sólidos es de tontos o de anticuados, porque eres un hombre hueco.
Te obsesiona el dinero. Has seguido la moda de las criptomonedas y alardeas ante otros, como si hubieras obtenido grandes ganancias, solo para parecer interesante. En el fondo sabes que no vales nada y necesitas sostenerte en el éxito material, aunque sea irreal, idolatrando aquello que alimenta a esta sociedad posmoderna y putrefacta que padecemos: al dios dinero. No sabes ni qué buscas, solo corres detrás del reflejo, porque eres un hombre hueco.
Hablas con la misma jerga vacía de hace diez años. Te aterra la madurez y te refugias en las apariencias, fingiendo plenitud mientras representas cada día el mismo papel aprendido. Vives pendiente de parecer, nunca de ser, porque eres un hombre hueco.
Y así vas tirando, sin hacerte preguntas, sin creer en nada valioso ni trascendente. No intentas cambiar. Estás cómodo en tu vida vacía pero tranquila, como un cerdo revolcándose en el barro. Tus únicos alicientes son sucedáneos, incluso vicios: Netflix, OnlyFans, videojuegos, fornicar si se tercia, cenas intrascendentes… Eres la quintaesencia de lo anodino. Y así seguirás hasta hacerte viejo y morir de asco en una residencia, porque si llegas a tener descendencia, tendrán la misma degenerada y egoísta forma de pensar que tú, porque eres un hombre hueco.
Aunque... el hombre hueco puede llegar a cambiar. Solo hace falta voluntad para enfrentarse a sí mismo y a los demás, fe para creer en algo más alto que su propio ombligo, y autocrítica para aceptar lo que realmente es, sin máscaras ni justificaciones. Pero mientras siga dormido, mientras siga adorando al ruido, al placer banal y a la comodidad, seguirá siendo un eco vacío en un mundo sin alma. Porque el hombre hueco no muere el día en que su cuerpo se apaga al fin, muere mucho antes, muere el día en que se resigna a vivir entre sombras, lejos de lo que es bueno y verdadero.
sábado, 27 de septiembre de 2025
sábado, 20 de septiembre de 2025
La Cruz de Caravaca
La tradición sitúa el origen de la Cruz en el siglo XIII, cuando Caravaca estaba bajo dominio musulmán. Se cuenta que en 1231, el rey moro de la ciudad, Zeyt-Abuzeyt, pidió a unos cautivos cristianos que mostraran cómo celebraban la misa. Uno de ellos, un sacerdote llamado Ginés Pérez Chirinos, se preparó para oficiarla.
Pero al llegar el momento de la consagración, faltaba lo esencial: el crucifijo sobre el altar. Según la tradición, en ese instante dos ángeles descendieron del cielo portando una cruz patriarcal (de doble travesaño) y la depositaron sobre el altar. El rey moro, al presenciar el milagro, se convirtió al cristianismo junto con muchos de sus súbditos.
De este suceso procede la devoción a la Cruz de Caravaca, considerada “lignum crucis” porque la reliquia contiene en su interior un fragmento auténtico de la Cruz de Cristo.
La Cruz de Caravaca se asocia a protección contra el mal, amuleto espiritual, defensa de la fe y símbolo de la lucha de la Cristiandad en tierras fronterizas con el Islam.
martes, 16 de septiembre de 2025
El verdadero movimiento Skinhead en Inglaterra (1975-1994)
En este artículo vamos a analizar el movimiento skinhead sin adornos ni manipulaciones fantásticas como la del "spirit of 69" y otras memeces inventadas por la izquierda. Y vamos a analizarlo porque, pese a sus aspectos negativos (inflados muchas veces por los massmedia) y sus errores ideológicos, dicho movimiento también tuvo aspectos positivos, sobre todo en Inglaterra, y es que llegó a unas cotas de presencia callejera, actividad e influencia cultural, que muchos ignoran, ya que solemos tener como referencia lo vivido en España durante los 90 y los 2000 o lo visto en películas más cercanas a la ficción que a la realidad.
El movimiento skinhead auténtico no nace en los 60, como algunos historiadores y medios de izquierda insisten, sino en la segunda mitad de los años 70, en un contexto muy concreto:
Crisis económica y desempleo masivo en la Inglaterra industrial.
Inmigración creciente que generaba tensiones en barrios obreros.
Abandono de la clase trabajadora por parte de los laboristas, que se volvían progresistas de despacho.
Es aquí cuando aparece el verdadero skin: joven patriota, obrero, anti-sistema y, a menudo, abiertamente nacional-socialista o nacionalista británico. Su estética —cabeza rapada, botas, tirantes, vaqueros— simbolizaba orgullo obrero y espíritu de combate, no la moda jamaicana que otros intentan vender como “origen”.
Skinheads auténticos frente a los “skins inventados” de los 60
Los skinheads auténticos, surgidos a mediados de los años 70, se caracterizaban por una ideología claramente nacionalista, patriota y, en muchos casos, abiertamente fascista. Su estética era inconfundible: cabeza rapada o semi-rapada, botas militares tipo Doc Martens, tirantes, vaqueros o pantalones ajustados y cazadoras bomber, chaquetas tejanas o de tipo crombie. Su imagen proyectaba dureza, orgullo obrero y una actitud de combate. No eran una moda, sino una juventud de choque, con conciencia de clase y de sangre, que se vinculó directamente a movimientos como el British Movement (BM) y al Rock Against Communism (RAC).
miércoles, 10 de septiembre de 2025
La política del Imperio Español hacia los indígenas VS la actual “Hispanchidad”
Uno de los rasgos más llamativos de la expansión española en América fue el modo en que la Corona y la Iglesia afrontaron la cuestión indígena. A diferencia de otros imperios, la monarquía hispánica reconoció pronto la plena humanidad de los pueblos descubiertos: tenían alma, podían recibir el bautismo y, por tanto, ser miembros de la Cristiandad. Las Leyes de Burgos (1512) y más tarde las Leyes Nuevas (1542) prohibieron expresamente su esclavitud y afirmaron que eran vasallos libres de la Corona, con derechos y deberes semejantes a los de cualquier súbdito peninsular.
Sin embargo, esa integración espiritual y jurídica no significó una igualdad absoluta en todos los planos. Desde el siglo XVI se promulgaron normas que limitaban el traslado de indígenas a la Península Ibérica. Los motivos eran diversos. Por un lado, se alegaba la voluntad de protegerlos de abusos y desarraigos: lejos de su tierra, lengua y costumbres, muchos caían en servidumbre de hecho, lo que contradecía la política oficial. Por otro lado, había un trasfondo social: la Castilla del Renacimiento estaba marcada por la limpieza de sangre. La presencia masiva de indígenas en la Península se percibía como un elemento potencialmente dañino para un orden social que acababa de superar siglos de conflicto con judíos y musulmanes. Esto choca frontalmente con las consignas que hoy lanzan algunos Hispanchistas de renombre, ya que siguen promoviendo la inmigración proveniente de Hispanoamérica pese a haber millones de sudamericanos en la Península.
La consecuencia práctica fue un equilibrio singular: los indígenas eran reconocidos como parte de la Cristiandad y sujetos de derechos, pero su mundo jurídico y vital se encuadraba en las Indias. Allí eran protegidos por un conjunto de normas específicas, y se los consideraba vasallos del rey dentro de sus comunidades. Solo en casos excepcionales se permitía su traslado a España: embajadores, criados de algún noble, o individuos muy concretos.
Si comparamos este modelo con el anglosajón, la diferencia es radical. Mientras que España limitaba la llegada de indígenas a la Península pero les reconocía un lugar jurídico y espiritual dentro de la Monarquía, Inglaterra y sus colonias tendieron a la segregación absoluta. El indígena norteamericano o el africano traído como esclavo eran vistos como radicalmente “otros”, carentes de derechos plenos e incluso de humanidad. La mezcla era rechazada, y el mestizaje, prácticamente inexistente.
En definitiva, la política hispánica hacia los indígenas se movió entre dos polos: el reconocimiento espiritual y jurídico como cristianos y vasallos, y la limitación práctica de su integración en la Península.
Como vemos, la realidad histórica dista mucho del nuevo concepto de Hispanidad que algunos historiadores y pensadores promueven, concepto que es caricaturizado con el nombre de “hispanchidad”, y no es para menos, puesto que promover la llegada de más inmigrantes procedentes de la america hispana, no tiene nada que ver con la política llevada a cabo por el Imperio español durante siglos respecto a los indígenas. Exageran y manipulan ciertos hechos históricos para justificar literalmente la sustitución étnica del pueblo español, bajo el pretexto de que esta inmigración es preferible a la africana.
Caballero de Occidente