domingo, 15 de febrero de 2015

Lope de Figueroa, el héroe de los marines del siglo XVI (los Tercios embarcados)

Día 15/02/2015 - 03.31h

El fuego a distancia de los arcabuceros castellanos y su resistencia numantina, con Figueroa, Don Juan de Austria, Alejandro Farnesio y otros ilustres soldados combatiendo en primera fila, forzó la derrota otomana en Lepanto

 



La hoja de servicios de Lope de Figueroa es un monumento a la lealtad y al coraje. A diferencia de otros grandes capitanes de los tercios castellanos de origen humilde, este soldado granadino de Guadix sí procedía de alta cuna. Su padre era el capitán Francisco Pérez de Barradas y Atoguia, bien relacionada con la Orden de Santiago y, en tiempos de Fernando el Católico, destacado oficial de la corte. Como hijo segundo, a Lope de Figueroa –apellido que tomaba de su madre– le deparaban dos opciones: la carrera eclesiástica o la militar. Basta decir que a los 16 años Lope se fugó a Milán, donde acudió al virrey Fernández de Córdoba (nieto del célebre Gran Capitán) y le pidió ingresar en el Tercio de Lombardía. El granadino entregaría los siguientes 27 años de su vida a los tercios castellanos.
No es que Figueroa evitara pasar por la Guerra de Flandes, de hecho destacó en numerosas batallas allí –Maatrich, Jemingen, Mons–, pero, quizá motivado por su vinculación con la Orden de Santiago o por el espíritu de cruzada que todavía resonaba por su Granada natal, su auténtica vocación fue combatir al turco por mar y por tierra. De hecho, se doctoró en ello.
No en vano, su primera gran confrontación con los turcos empezó de la peor forma. En 1560, Felipe II había ordenado al duque de Medinaceli perpetrar la conquista de Trípoli, un nido de corsarios berberiscos. Después de un fracaso naval a las puertas de Trípoli, auspiciado por la timidez de Andrea Doria, Medinaceli arremetió la conquista de la isla de Gelves, al sudeste de Túnez, donde ordenó levantar un fuerte. Advertida la flota otomana, ésta se presentó en un plazo de 20 días, sorprendiendo a los españoles en los preparativos. Figueroa, ascendido a capitán por petición del virrey de Milán, participó del desastre de Gelves (con 10.000 muertos entre las filas cristianas) y fue llevado cautivo a Estambul junto a 5.000 prisioneros cristianos.
Lope y su primo Rodrigo de Zapata, también capitán, permanecieron prisioneros hasta 1562 en la torre Negra de Estambul. Sin embargo, su breve cautiverio –finalizado con el pago de un elevado rescate– no rebajó ni un ápice su determinación, y el mismo año de su liberación tuvo tiempo de socorrer Orán, la principal ciudad española en África, que permanecía asediada por piratas argelinos. Al año siguiente colaboró en la toma del islote de Vélez de la Gomera liderada por García de Toledo.
El desastre de Gelves había espoleado el ímpetu cristiano hasta el punto de que el Imperio otomano se creía en la obligación de acallarlo con un golpe de entidad: la conquista de la Isla de Malta. Después de ser expulsada de Rodas, Carlos I había cedido a la belicosa Orden de los Hospitalarios la isla de Malta para que hostigara a la flota turca. En 1565, Solimán el Magnífico desplegó 175 galeras, 200 naos y 40.000 soldados con la intención de reducir a cenizas la base cristiana.
La heroica defensa orquestada por el gran maestre de la orden, Jean Parrisot de La Valette, retrasó la conquista lo suficiente como para que el virrey de Sicilia, García de Toledo, pudiera preparar una fuerza de socorro. Así, los tres meses que duró el sitio llevaron a la extenuación al mastodóntico ejército otomano. Solo en la toma del castillo de San Telmo, construido en roca viva, los turcos invirtieron un mes de asedio. Y con la isla cerca de claudicar, una escuadra de galeras a cargo de Álvaro de Bazán rompió el bloqueo marítimo y consiguió desembarcar a 10.000 españoles, dirigidos por Álvaro de Sande. Los castellanos cayeron sobre las filas musulmanas antes de que estas pudieran percatarse de su superioridad numérica. Lope de Figueroa se distinguió en el ataque a la torre Falca.

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El alcalde de Zalamea. Detalle del monumento a Calderón de Madrid
La imbatibilidad turca en el Mediterráneo empezaba a ponerse en cuestión pero, por el momento, las prioridades del Imperio español no pasaban por descubrir cuánto de profunda era la herida otomana. Las tropas españolas, con Lope de Figueroa a la cabeza de una compañía del tercio de Sicilia, tomaron camino a Flandes en 1568, donde el Duque de Alba planeaba lanzarlas con furia contra los rebeldes.
Aunque intensa, la primera estancia del capitán Figueroa en Flandes fue muy breve. Destacado en la victoria del Duque de Alba en Jemmingen, en su caso por capturar la artillería enemiga, el granadino fue mandado a Madrid a dar al Rey cuenta de la victoria. Hinchado de alegría por la noticia, Felipe II le recompensó con una pensión vitalicia de 400 ducados anuales. Con el favor real, Lope de Figueroa pidió un destino que le resultaba doblemente predilecto: la guerra de Granada.

Tiempos de cruzada Real

Desde 1567, Felipe II se había propuesto eliminar los resquicios musulmanes de «la diócesis menos cristiana de toda la cristiandad». Carlos I había otorgado una prórroga de 40 años a los moriscos de Granada para abandonar sus prácticas islámicas. Pero cerca de vencer el plazo, seguía predominando la costumbre árabe en ciertas regiones granadinas, y la connivencia con los turcos abría la posibilidad de un ataque en suelo patrio.
Las amenazas desde Madrid prendieron el levantamiento de los moriscos el día de Navidad de 1568, que se extendió por las escarpadas montañas granadinas. Además de prodiga en episodios de extrema violencia, la Rebelión de las Alpujarras tuvo una duración, dos años, mucho mayor de la prevista por el Monarca. El motivo estuvo en la descoordinación entre los marqueses de Vélez y de Mondéjar, así como en la escasa calidad de las tropas que residían en la península —las unidades de élite estaban en Flandes—. Precisamente para remediar estas carencias, Don Juan de Austria, junto a Luis de Requesens, fueron puestos al mando de tropas llegadas de Italia. Lope de Figueroa, «atendiendo a la experiencia que tiene de las cosas de la guerra», solicitó el mando de uno de esos tercios.
En enero de 1570, se puso al frente del asedio a Galera, en la Alpujarra. Al mes siguiente en Serón, el capitán granadino fue herido —un arcabuzazo en una pierna que le haría cojear el resto de su vida— mientras trataba de reagrupar las tropas. También Don Juan de Austria fue herido en esta refriega, y solo gracias al sacrificio de Luis de Quijada —su antiguo ayo— pudo salvar la vida. Pese a las complicaciones, en marzo el Tercio de Figueroa tomó Tíjola, y para agosto la guerra vivía sus últimos latidos. A la espera de un nuevo destino, Figueroa fue nombrado jefe de los presidios de la Costa de Granada con la misión de capturar y evitar la huida de los moriscos hacia África.
No obstante, un destino mayúsculo exigía su inmediata presencia en Italia. Tras el éxito en las Alpujarras, Don Juan de Austria fue puesto a la cabeza de la Santa Liga (formada por España, Venecia y el Papa), que se proponía hacer frente a la flota otomana. Un enfrentamiento directo, impensable 20 años antes, para el que Lope llevaba preparándose toda su vida militar. Su heroica actuación dejaría profundo recuerdo en la bahía de Lepanto.
La batalla de Lepanto tuvo su episodio álgido en el centro de las escuadras. La capitana turca (la Sultana) embistió, proa con proa, a la de Don Juan de Austria (la Real), donde se encontraba Lope de Figueroa a la cabeza de su tercio, llamado de Granada, dejando unido a un grupo de embarcaciones en una plataforma de 110 metros. El fuego a distancia de los arcabuceros castellanos y su resistencia numantina en el cuerpo al cuerpo, con Figueroa, Don Juan de Austria, Alejandro Farnesio y otros ilustres soldados combatiendo en primera fila, forzó la derrota otomana. En su tercio combatió como soldado Miguel de Cervantes. Tras finalizar la batalla, el joven Austria envió a Figueroa a Madrid a anunciar la victoria a Felipe II. Allí, la víspera de Todos los Santos de 1571, entregó al Rey el estandarte de la galera Sultana y cantó los pormenores de la batalla.

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Pintura de la batalla de Lepanto
Constituido como «Tercio de la Sacra Liga», la unidad liderada por Figueroa, integrada por 2.456 soldados, continuó con escasos resultados su actividad en el Mediterráneo bajo las órdenes de Don Juan de Austria. No en vano, los intereses siempre oscilantes del Imperio Español volvieron a mirar hacia Flandes. Don Juan de Austria, el nuevo gobernador de Flandes, ordenó el regreso de los tercios castellanos y Figueroa partió de Milán el 22 de febrero de 1578, llegando cerca de Namur el 13 de abril.
Tras vencer en la batalla de Gembloux a las tropas de Guillermo de Orange, el capitán se pasó los siguientes tres años combatiendo a los holandeses. Pero lo hizo bajo el mando de Alejandro Farnesio, ante la muerte el 1 de octubre de 1578 del hijo de Carlos I. Lope portó el féretro de su amigo Juan de Austria con los demás jefes militares, entre ellos el capitán Sancho Dávila, mientras que sus soldados encabezaron el cortejo fúnebre arrastrando sus picas por el suelo flamenco en señal de respeto.
A estas alturas de su vida, el maestre de Campo granadino era una auténtica leyenda, vinculado a la victoria de Lepanto y al difícil arte de combatir sobre galeras. Su dominio de las operaciones anfibias y de los combates navales no encontraba igual en el planeta.

La última gesta, el San Mateo

En 1582 se presentó un nuevo reto para el que nadie parecía preparado: combate entre galeones. Con la conquista de Portugal –«heredada, comprada y conquistada» por Felipe II– se abría un frente en el Archipiélago de las Azores contra el Prior de Crato, apoyado por Francia e Inglaterra, que se negaban a reconocer la autoridad española. Don Álvaro de Bazán dirigió 25 naves de gran tonelaje al encuentro de una flota hostil de 40 naves (la mayoría de menor tamaño) dirigida por Felipe Strozzi, almirante florentino al servicio de Francia.
Lo ocurrido al inicio de la batalla todavía hoy es motivo de polémica. El galeón San Mateo, con Figueroa –jefe de toda la infantería embarcada– y sus mejores hombres a bordo, se adelantó al resto de la flota. Nadie sabe decir si de forma involuntaria o por audaz iniciativa de Lope. Los franceses aprovecharon la ocasión para arrojar tres barcos contra el aislado San Mateo. A pesar de sufrir dos horas de abordaje francés y recibir más de 500 proyectiles, los 250 soldados castellanos, arcabuceros y piqueros, aguantaron imperturbables las acometidas hasta el punto de que el maestre Figueroa tuvo que reprender a los españoles a que no abandonaran su galeón para lanzarse ellos al abordaje. Una vez llegados los refuerzos, con el San Mateo aún trabado, la batalla se situó en la posición que Strozzi había querido evitar: una enorme maraña de barcos luchando cuerpo a cuerpo. La superioridad de la infantería española hizo el resto.
La victoria de la Isla Terceira fue su última gesta. En 1585, tras 27 años de servicio militar, Lope de Figueroa falleció en Aragón víctima de un brote de peste. Recordado por la inmortal Lepanto y por la célebre obra de teatro «El Alcalde de Zalamea», donde su autor Calderón de la Barcaque también combatió en los tercios– le refleja como el clásico capitán gotoso y de humor amargo, fue el héroe de una generación entregada a la milicia y de una población que empezaba a perder el miedo al Mediterráneo.

Fuente: ABC