domingo, 27 de agosto de 2017

Neopaganismo y la ignorancia general en torno al Catolicismo



Cuando se habla de las ideas de la “nueva derecha” identitaria, la corriente intelectual surgida en Francia en los años setenta, (corriente nacional revolucionaria, de tercera posición) hay un asunto que aparece de manera recurrente: su posición ante la cuestión religiosa y en particular su opción por el “paganismo”. ¿Qué quiere decir exactamente ese paganismo? ¿De dónde salió? ¿Son incompatibles las ideas de la nueva derecha con una confesión cristiana? ¿Adónde ha conducido, intelectualmente hablando, el paganismo de la ND? He aquí las respuestas de alguien cuya formación intelectual se inscribe en la nueva derecha y, sin embargo, es católico. Un texto para el debate.  

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Por “nueva derecha” se conoció –y se conoce cada vez menos- la corriente de pensamiento liderada por Alain de Benoist, nacida en Francia en los años setenta y que, desde entonces, ha descrito una trayectoria semejante a la de los meteoritos: con rumbo desconocido, iluminando el firmamento nocturno, llamando la atención, despertando también temores –incluso augurios de catástrofe- y, por el camino, desprendiendo fragmentos de dispar conducta según las condiciones atmosféricas. El que suscribe es uno de esos fragmentos: entré en la órbita intelectual de la “nueva derecha” (en lo sucesivo, ND) hacia 1982, me leí absolutamente todo lo que la ND editaba (que era y ha seguido siendo muchísimo), asistí a sus coloquios internacionales y universidades de verano (poquísimos españoles pasaron por allí) y, durante cierto tiempo, traté de que aquí, en España, surgiera algo parecido a lo que surgió allá. Vaya esto para subrayar que estas líneas, que quieren ser un análisis desapasionado, contienen sin embargo una parte importante de confesión personal.

La Nueva Derecha y su circunstancia

A la ND se la llamó así porque era una forma de pensar distinta a lo que entonces –años 70 y 80- estaba en vigor, que era el monopolio ideológico de la izquierda. Hay que repetirlo: una forma de pensar, es decir, una actitud intelectual, no una actitud política. Como no era izquierda, se la llamó “derecha”. Y como tampoco encajaba en los moldes hasta entonces habituales de la derecha común –porque no era ni tradicionalista ni liberal-, se la llamó “nueva”. Dado el opresivo ambiente que la intelligentsia marxista había impuesto en el pensamiento europeo y en los medios de comunicación desde los años 60, la actitud de la ND, desenvuelta, inteligente y sin complejos, representó un verdadero soplo de aire fresco para muchos temperamentos, y especialmente para los que, hallándose por convicciones en la derecha, necesitaban (necesitábamos) pensar las cosas de una manera nueva y más profunda.

Lo que aportó la ND fue una crítica muy extensa e intensa de la civilización contemporánea, y lo hizo con una base filosófica anchísima –no hay autor cuyas ideas no le hayan servido para algo, desde la Escuela de Frankfurt hasta los grandes reaccionarios franceses y desde los místicos de la Alemania medieval hasta los sociólogos posmodernos- y con una proyección propiamente multidisciplinar, es decir, que lo mismo se aplicaba a la economía que a la psicología, a la biología que a la política. Algún día habrá que hacer recapitulación de ese inmenso trabajo, ignominiosamente reducido por la crítica hostil a una mera emanación de la “derecha radical”, y se verá que es un auténtico yacimiento de ideas. [En 2011 apareció el volumen “Disidencia perfecta”, de Rodrigo Agulló, en Áltera: una buena manera de empezar, NdA]. Como ocurre con todos los yacimientos, también aquí hay vetas inagotables y otras que se extinguen pronto, galerías de extensión infinita y otras que conducen a callejones sin salida, materiales valiosísimos y otros que se desvanecen al contacto con el aire. En todo caso, el yacimiento está ahí: en la ingente colección de textos agrupada en los volúmenes de las revistas Nouvelle École, Éléments o Études & Recherches, por no mencionar otras numerosas publicaciones editadas en la periferia de la ND, así como en los libros apabullantes de Alain de Benoist y en la larguísima lista de textos surgida en torno a esta iniciativa. Es una lástima –y eso dice mucho de nuestro tiempo- que la mayoría de quienes critican a la ND lo hagan sin haber leído ni una sola página de este trabajo propiamente enciclopédico.

¿Cuáles eran las líneas maestras de la crítica de la ND? Sintetizando hasta la mínima expresión –y, por tanto, simplificando hasta el abuso-, podemos describirlas en tres vectores. El punto de partida era una triple refutación. En primer lugar, la reprobación de la cultura social impuesta desde los años sesenta –desde antes, en realidad- por la intelligentsia de izquierdas, cultura social que se traducía en una singular mezcla de igualitarismo forzoso, materialismo ideológico, abdicación moral generalizada y odio infinito hacia la identidad histórica europea. En segundo lugar, un hondo inconformismo hacia la civilización económica impuesta por el orden capitalista en Occidente, ese tipo de civilización donde no se entiende otra forma de vida individual o colectiva que no pase por el egoísmo del “mejor interés” y por la “rentabilidad”. En tercer lugar, un asunto muy característico de los años finales de la guerra fría: el hastío de una Europa sometida al despotismo de un mundo bipolar y la búsqueda afanosa de una vía propia, europea, para regenerar el espíritu del viejo continente en el mundo nuevo y amenazador de las grandes superpotencias.

sábado, 19 de agosto de 2017

Alfonso I el Batallador, Emperador de España en el año 1109

El primer Emperador de España, heredero de los reyes visigodos del antiguo Reino de España.

Alfonso I de Aragón por Pradilla (1879).jpgAlfonso I de Aragón y I de Pamplona el Batallador (c. 1073 – Poleñino, Aragón, 7 de septiembre de 1134)1​ fue rey de Aragón y de Pamplona entre 1104 y 1134.

Hijo de Sancho Ramírez (rey de Aragón y de Pamplona entre 1063 y 1094) y de Felicia de Roucy, ascendió al trono tras la muerte de su hermanastro Pedro I.

Destacó en la lucha contra los musulmanes, y llegó a duplicar la extensión del reino de Aragón y Pamplona tras la conquista clave de Zaragoza. Temporalmente, y gracias a su matrimonio con doña Urraca, gobernó sobre León, Castilla, Toledo, Pamplona y Aragón y se hizo llamar entre 1109–1114 «Emperador de toda España»,​ lo que duró hasta que la oposición nobiliaria forzó la anulación del matrimonio. Los ecos de sus victorias traspasaron fronteras; en la Crónica de San Juan de la Peña, del siglo XIV, podemos leer: «clamabanlo don Alfonso batallador porque en Espayna no ovo tan buen cavallero que veynte nueve batallas vençió».
Sus campañas lo llevaron hasta las ciudades meridionales de Córdoba, Granada y Valencia y a infligir a los musulmanes severas derrotas en Valtierra, Cutanda, Anzul (en Puente Genil) o Cullera.

A su muerte, y en lo que es uno de los episodios más controvertidos de su vida, legó sus reinos a las órdenes militares, lo que no fue aceptado por la nobleza, que eligió a su hermano Ramiro II el Monje en Aragón y a García Ramírez el Restaurador en Navarra, dividiendo así su reino.