jueves, 3 de mayo de 2018

Los Cátaros, mitos y realidad. Parte I

Los cátaros ( que significa "perfectos") o también llamados albigenses se encontraban en el Sur de Francia, haciendo frontera con el reino de Aragón, zona denominada el Languedoc poblada por los occitanos que digamos que eran los primos hermanos de los francos o franceses, muy parecidos a ellos pero con sus particularidades. El Languedoc era una zona con abundantes recursos naturales, un comercio bullente originado por banqueros judíos y una artesanía local de gran calidad, todo ello apetecido por los vecinos franceses de los siglos XI y XII. Creían en la reencarnación, odiaban el mundo material y estaban en contra de la procreación, es posible que incluso defendiesen a Lucifer (aunque no de forma directa) ya que le daban la vuelta a la historia del Génesis, etc... Viendo esto, es normal que acabara mal la cosa. El catarismo cada vez se fue extendiendo más y después de varios intentos por las buenas de hacerles volver al Catolicismo, la Iglesia acabó declarando el Languedoc como zona hereje, con lo cual pasaron a enviar misioneros y teólogos para combatir dialécticamente de forma activa y oficial a los cátaros. Al cabo de un tiempo y a raíz de una serie de conflictos se declaró la Cruzada Albigense.

Con H de Historia: Montsegur, el último bastión de los cátaros

 
Introducción al catarismo
Caminaban descalzos por las calles de los pueblos del Languedoc, alrededor del 1100, extraños misioneros (as) vestidos con una túnica negra, siempre de dos en dos. Los cátaros eran ascetas, vegetarianos, célibes, no recaudaban el diezmo, ni se otorgaban tierras o ventajas de algún tipo; altamente exigentes consigo mismos; no tenían servicios religiosos obligatorios, rechazaban la eucaristía, sin distinción de sexos para la vida religiosa, no podían casarse ni tener hijos puesto que odiaban el mundo material, y curiósamente en algunos grupos se dejaban llevar por los placeres sexuales, ya que según el dualismo gnóstico, los iniciados están por encima del bien y el mal, es decir sus obras no importan, esto era bastante común en los grupos gnósticos de épocas anteriores. Creían en la reencarnación, rechazaban los juramentos y creían que el progreso iniciático basado en conocerse a uno mismo sin ayuda divina, les llevaba a la “salvación”. 

Su base doctrinal y teológica era la de cualquier movimiento gnóstico anterior, altamente liberal e individualista, muy parecido al maniqueísmo que fue el más conocido de todos ellos.

Propuesta religiosa cátara

Los cátaros eran gnósticos, implica que creían que la “salvación” llegaba por el conocimiento de uno mismo, en el caso de los cátaros con una mínima ayuda de Dios o de lo alto, digamos que andaban a medias entre la gnosis antigua procedente del Maniqueísmo y el Cristianismo, aunque era maniqueo en mayor parte. La gnosis era una herejía grave ya muy conocida por la Iglesia, San Agustín de Hipona por ejemplo, fue maniqueo y al convertirse al cristianismo lo combatió dialécticamente con mucho éxito puesto que él conocía bien su doctrina y sabía identificar todos sus errores. 

El problema central de la Gnosis se encuentra en que su motivación principal es convertirse en un supuesto ser superior, en el caso de los cátaros en un "perfecto" mediante un conocimiento secreto solo apto para iniciados que se colocan por encima de los demás,  por uno mismo, sin necesidad de Dios ni de redención, por lo tanto Jesucristo no tenía mucha importancia para ellos. Se empezó a decir en tiempos modernos que al ser gnósticos, los cátaros admiraban a Lucifer, el cual se rebeló por querer ser como Dios, con una falta total de humildad, por pura soberbia. Con su "non serviam" acabó convirtiéndose en Satanás por la consumación de su propio pecado. 

De todos modos lo más probable es que los Cátaros siguiesen la gnosis sin meter la figura de Lucifer por medio. Los gnósticos esotéricos actuales, como la new age o la masonería, le dan la vuelta al Génesis y presentan a Lucifer como el bueno de la película, como el portador de la luz y afirman que no es Satanás. Esa máscara se cae por si sola cuando observamos que defienden la actitud soberbia llena de codicia, que empuja a Lucifer a ponerse contra Dios para ser más que él, justificándolo demagógicamente. No buscan llegar a Dios, buscan convertirse en uno, cayendo en la más absoluta vanidad.

Tanto en las creencias cátaras como en el gnosticismo actual en mayor grado, no hay humildad por ninguna parte, la vía de la soberbia es la que prevalece porque la gnosis conduce a ello, con sus supuestos secretos y sus grados de iniciación, que al fin y al cabo no es más que un plan de marketing para sobrealimentar el ego y la autoestima de los adeptos. Este fue el motivo religioso de base por el que la Iglesia combatía esta herejía, al igual que lo había hecho antes con otras tantas del mismo estilo, aunque la de los cátaros tuvo bastante más éxito que las anteriores.

El Consolamentum era el único sacramento que impartían, primero, en la ordenación del iniciado como bautismo y segundo, a los moribundos. Es un largo ritual frente a un altar que utiliza el Evangelio de San Juan. Al no celebrar la eucaristía cerraban el principal canal cristiano de conexión con Dios, esto fue otros de los motivos principales que causó gran conmoción en la sociedad católica de aquellos tiempos. Lógicamente esta doctrina chocaba frontalmente con la Iglesia, al revivir viejas herejías  que tenían muy poco que ver con el Cristianismo. Siglos antes, San Agustín de Hipona con su obra "Contra los herejes" rebatió en su totalidad el gnosticismo maniqueo, del cual bebían los Cátaros.
 Debido a al secretismo y misterio que envuelve a los cátaros se ha propagado el rumor ya en tiempos modernos de su supuesta relación con el Santo Grial, aunque no hay prueba histórica alguna ni ninguna mención del tema en manuscritos de la época, así que parece ser que esta leyenda es fruto de la imaginación de unos cuantos que estaban interesados (la masonería por ejemplo) en darle buena fama y renombre a este tipo de creencias gnósticas. Lo mismo sucede con su supuesta relación con los templarios, que es otra leyenda más sin base histórica o mejor dicho, que va contra la propia historia, puesto que la Orden del Temple participó actívamente contra ellos en la Cruzada Albigense.


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 Caricatura de la época sobre el catarismo




Inicios y desarrollo de los Cátaros

En diversas zonas de lo que hoy conocemos como Francia, la verdad, siempre habían tenido veleidades maniqueas, porque el maniqueísmo no dejaba de ser, en la Alta Edad Media, una interpretación alternativa de la religión dominante. Al nombrado obispo de Reims en el 991, Gerberto de Aurillac, le obligaron a realizar unos votos de fe públicos, dado que era sospechoso de tener convicciones gnósticas y maniqueas, como el rechazo del Antiguo Testamento. En 1022, Pedro del Piadoso hizo quemar a varios monjes del monasterio de la Santa Cruz de Orléans, por ir por ahí contando que la materia está corrupta por definición; que todo lo que hay en el mundo es maligno y solo nuestra parte espiritual se libra de ello.

Sabemos que en el año 1015 hubo un obispo, Gerardo de Limoges, que tuvo que actuar contra la herejía maniquea en su diócesis. Siete años más tarde, varios son ejecutados en Toulouse. En el 1028, Guillermo V, duque de Aquitania, llamó a concilio a los obispos de su ducado en Charroux para estudiar la lucha contra los herejes. En esa reunión se dieron pistas de que las creencias maniqueas habían llegado a Francia a través de Italia, pues se informó de que la extensión de las ideas dualistas se había producido por el acto de un italiano huido, acompañado de un compañero périgourdin, esto es, un innominado personaje natural del Périgueux. Su proselitismo fue tan exitoso que, de hecho, uno de los monjes de la Santa Cruz que fue quemado había sido confesor de la reina Constancia de Aquitania.

En 1025, la presión italiana cogió momento. Un tal Gondolfo, a la cabeza de un grupo organizado de misioneros italianos, se trasladó hasta Arras, donde el obispo, Reginaldo, los envió al maco.

Así las cosas, ya en 1030 se podía encontrar en Monteforte una comunidad herética nutrida, organizada, a la que ya las fuentes llaman cátara; palabra que se ha especulado proviene del término que los propios cátaros usaban para denominar a aquéllos de los suyos que habían alcanzado el estado de pureza o perfección.

Antes de las cruzadas, con seguridad, ya hubo movimientos culturales por los cuales peregrinos que iban a Oriente traían las ideas maniqueas de aquella zona, o bien se producían desplazamientos de maniqueos bosnios o serbios hacia Italia, primero, y Francia después. Sin embargo, con la llegada de los planes de reconquista de Jerusalén, los intercambios se hicieron más intensos y las ideas dualistas comenzaron a llegar a Francia con enorme facilidad. Calixto II, Papa, reunió en Toulouse en junio del 1119 un concilio para anatematizar a los herejes que, en diversas partes de Francia, decían no creer en los sacramentos de la comunión, del bautismo o del matrimonio, y negaban la jerarquía a los sacerdotes; con lo que puede verse que el dualismo, en Francia, tendió en ocasiones a mezclarse con un simple y puro anticlericalismo.

La cosa le salió mal a Calixto. Pocos años después, un predicador dualista llamado Pierre de Bruys y su compañero, un monje anciano llamado Henri, revolvieron las conciencias en las mismas provincias con su predicación decididamente maniquea. Pierre fue quemado en Saint-Gilles en 1126, pero había dejado ya libros escritos con sus doctrinas, y Henri se dedicó a difundirlas. Dos años después Pedro el Venerable, monje de Cluny, escribía sobre la existencia de una secta herética en Francia a la que llamaba petrobrusiana.

El principal elemento de la teología petrobrusiana era el rechazo del bautismo de los recién nacidos y niños. Pero asimismo, como otros muchos dualistas, rechazaban la adoración de la cruz. De creencias pandivinas,los petrobrusianos decían que si Dios está en todas partes para qué necesita casa, así pues hay que demoler todas las iglesias. Rechazaban la eucaristía y por lo tanto la misa, y no le concedían ningún valor al gesto de rezar por los muertos.

En 1147 el Papa Eugenio III, que viajó a Francia para predicar la segunda cruzada, mostró sin ambages su escándalo por constatar el gran número de herejes existente en Francia, especialmente en lo que denominamos hoy el Midi o Mediodía. Le encarga el tema a su brazo derecho, Bernardo de Claraval. Bernardo se fue hacia allí para solventar el problema y se encontró con un gran número de sectas diferentes, cuyo epicentro era la localidad de Albi. Con gran escándalo, Nardo descubrió que la nobleza de la zona protegía a todos estos herejes.

A Bernardo le fue medio bien, medio mal. En Albi lo escucharon y tuvo algún éxito; pero en Verfeil ni le dejaron hablar. En todo caso, la Iglesia, lejos de detener la ola hereje, tuvo que contemplar cómo se expandía hacia el norte. Ya en 1116, un ermitaño llamado Enrique había contaminado de dualismo la villa de Le Mans. Afirmando que era un enviado de Dios, se hizo con el control del lugar, hasta que huyó de la zona. Uno de sus discípulos, llamado Pons, apareció poco después en Périgueux, al frente de un grupo de doce hombres que decían estar llevando la vida de los apóstoles. Eran ascetas, vegetarianos, y no usaban dinero. Rechazaban la misa, la cruz e incluso las limosnas, pues no creían en la propiedad privada. Se llamaban asimismo apostólicos y captaron un montón de seguidores, incluso entre el clero regular.

Pocos años más tarde, en 1125, un natural de Bucy, cerca de Soissons, llamado Clemente, se dedicaba a predicar que Jesucristo era un fantasma y que los misterios desarrollados alrededor de él no tenían ningún valor. Rechazaba el matrimonio porque incluso consideraba que la procreación era indeseable (típica creencia dualista: si el mundo material es maligno, entonces tener hijos no es sino alargar la agonía). Vivían siempre entre los acólitos del mismo sexo aunque al parecer, de vez en cuando, supongo que para descargar, se entregaban a orgías. La secta generaba tanto miedo entre los cristianos ortodoxos que se les comenzó a acusar de cosas terribles. Así, el cronista Guiberto de Nogent nos dice que los niños nacidos de las coyundas de aquellas orgías eran quemados y, con sus cenizas fabricaban el pan que comían.
A pesar de contar con la protección de la nobleza, pues el conde Soissons lo proclamó como el hombre más sabio que había conocido, Clemente fue encarcelado junto a su padre y condenado a cadena perpetua. Cuando se estaba leyendo la sentencia, dos de sus discípulos fueron linchados allí mismo.

Pero el problema seguía. Un tal Eudes de L'Etoile predicaba la herejía en 1140 en los alrededores de Saint-Malo. Convocaba reuniones secretas en lo más profundo del bosque llamado de Brocelianda. Se cambió el nombre de Eudes a Eon, y se declaró el Mesías de las Escrituras que habría de venir para juzgar a los vivos y a los muertos. Denominaba a sus discípulos con los nombres de los eones maniqueos (Justicia, Sabiduría y Ciencia). Creó su propia jerarquía arzobispal y, al contrario que otros muchos maniqueos, vivía rodeado por un gran lujo. Como podemos ver, en el pasado igual que en el presente, aparecían "gurús" con aires mesiánicos que se montaban sus propias religiones a base de delirios para satisfacer su vanidad. Un concilio reunido en Reims lo condenó; ante su insistencia en no abjurar, fue encarcelado.

Henri du Mans, Pons de Périgueux, Clemente de Bucy o Eudes de l'Etoile son, pues, testimonios bien claros de que el dualismo estaba muy vivo en Francia tras el paso del milenio; y que se consideraba lo suficientemente seguro de sí mismo como para actuar en público. Sin embargo, eran las suyas unas iniciativas un tanto desorganizadas. La herejía organizada como tal apareció más bien en 1144, en Flandes. De esa época datan una serie de advocaciones del obispo de Lieja en tonos muy alarmistas. En 1157, el obispo de Reims informa de que predicadores itinerantes han difundido la herejía en sus predios, invitando a la gente a rechazar el matrimonio y a practicar el sexo sin tasa. Henri de Reims, que también fue obispo de la ciudad y era hermano del rey Luis VII, dejó escrito que en los tiempos de la coronación de su hermano (1162), Flandes bullía de heréticos. Pero para entonces habían llegado incluso a Alemania. Eckberto, abad de Schönau, encontró tantos herejes en Renania que se aplicó a escribir un tratado contra sus teorías; en 1163, impulsó una quema pública de muchos de ellos en Colonia. Pero los herejes pasaron de Alemania a Inglaterra, donde desembarcó en 1160 un tal Gerardo con treinta acólitos. Un concilio celebrado en Oxford los condenó a ser marcados a fuego en la frente (a Gerardo lo condenaron a llevar una marca suplementaria en el mentón). Todos estos herejes flamencos o de origen flamenco son denominados en las fuentes populicani; lo cual sugiere con fuerza que eran paulicianos o, lo que es lo mismo, dualistas hasta la médula.

Otro teatro de la expansión del dualismo, y a la postre el más exitoso, fue el Languedoc. En 1163, el Papa Alejandro III convocó un concilio en Tours en el que, fuertemente presionado para ello por el rey Luis VII, pronunció un furibundo anatema contra todo el que protegiese a un hereje en la región de Toulouse y la Gascuña. Dos años después, los obispos del Midi se reunieron en Lombez para condenar, una vez más, las doctrinas heréticas. Pero los dualistas desafiaron a aquel concilio, gracias sobre todo al apoyo de la nobleza, lo cual sugiere que, una vez más, nos encontramos ante una lucha formalmente religiosa que escondía muchas más cosas. La condesa de Toulouse, que para colmo era la hermana del rey Luis, protegió descaradamente a Olivier, el líder herético. Oliverio, de hecho, arengó a las masas contra los curas, y generó tal nivel de apoyo que los obispos decidieron no actuar. Dos años después, los heréticos hicieron una notable exposición de fuerza al celebrar una asamblea propia en Saint-Félix de Caraman, hoy mejor conocida como Saint-Félix-Lauragais (si vais, comed en Lenclas, especialmente un buen cassoulet).
Allí en Caraman se reunieron libremente todos los obispos heréticos: Sicard Cellerier de Albi, Marc de Lombardía, Roberto de Esperona... Fueron también representantes de sedes sin obispo como Carcasona, de Toulouse e incluso, ojo, del valle de Arán aragonés; una presencia la dualista en los Pirineos españoles que yo creo que nunca ha sido demasiado estudiada. La reunión de Caraman llegó a nombrar un obispo herético para esta diócesis: Raymond de Casalis.

Como ya hemos dicho, muchas veces este tipo de movimientos heréticos, basados en discusiones teológicas, se mezclan en Francia con el anticlericalismo y con diversas luchas de contenido netamente social.  Movimientos que tuvieron sus líderes principales en Pedro Valdés de Lyon y Arnaldo de Brescia. Valdés predicó entre el 1161 y el 1180. hasta que sus doctrinas, que eran incluso apoyadas por muchos sacerdotes, fueron condenadas. Da la impresión de que los lolardos que surgen como un siglo después estaban, cuando menos en parte, inspirados en las doctrinas de Valdés.

El concilio de Caraman marcó la hegemonía cátara en el Languedoc. De hecho, los obispos de la Iglesia oficial estaban en una situación bastante precaria. El Papa, en Roma, bastante tenía con gestionar sus problemas con el emperador Federico Barbarroja. La nobleza local, por otra parte, encontró muchas razones políticas (aumento de su poder) para apoyar a los herejes. El primer noble que se colocó descaradamente a su favor fue Roger II, vizconde de Béziers y de Carcasona, gobernador de toda la Narbonense. En 1174, se negó oficialmente y en redondo a dejar de apoyar a los heréticos. Cuatro años más tarde fue excomulgado. Otro pilar herético era el conde Raymond V de Toulouse. Raimondo declaraba formalmente que los dualistas estaban totalmente equivocados, pero en realidad no hacía nada contra ellos. Raymond VI, su hijo, le sucedió en 1195 y se declaró amigo de los heréticos. A comienzos de aquel siglo XIII, diversas casas nobles estaban a favor de los paulicianos franceses. Eran especialmente tratados por las mujeres nobles: Cavaers de Fanjeaux les cedió una mansión en esa villa, y Furneria de Mirepoix, incluso, se convirtió en algo así como obispa de varias comunidades. Cuando en 1205 Escarmonde de Foix fue iniciada en la fe, al acto acudió su hermano el conde, Raymond-Roger de Foix, y la práctica totalidad de la nobleza de la zona.

Contra lo que pueda parecer, el catarismo no era una religión de elites. Todo lo contrario: su gran fuerza era el favor popular, algo normal puesto que como hemos visto anteriormente les brindaba la oportunidad de convertirse mediante la gnosis, en seres superiores o "perfectos", concepto que sin duda atraía a cualquiera y más a la plebe que tenía complejo de inferioridad frente a la nobleza. El hecho de extenderse muy especialmente entre los comerciantes hizo que tuviese la facilidad que tuvo para diseminarse.
A punto de entrar el siglo XIII, la Iglesia católica estaba en pánico. El rey Luis VIII tenía demasiado miedo para solucionar aquello, no sabía por donde tenía que empezar. Fue el Papa Alejandro III el que se puso a ello en 1178, con el envío de una misión especial a Toulouse, dirigida por un erudito cisterciense, Pedro, cardenal de San Crisógono. Le acompañaban el arzobispo de Bourges, el obispo de Poitiers, el abad de Claraval y Reginaldo, el abad de Bath. O sea, todo un dream team católico. Raymond V los recibió por todo lo alto, pero la gente no, a Pedro le agredieron en plena calle.

En 1179, con ocasión del concilio de Letrán, el Papa Alejandro III renovó la condena de la herejía cátara. Como resultado, envió una nueva misión a la zona, dirigida por Henri de Claraval, que se había convertido en cardenal obispo de Albano. Henri desplegó en la zona una labor de años de predicación y sobre todo de reforma de la Iglesia. Buena parte de la base herética de la zona, en efecto, tenía una base simple y puramente anticlerical, pues en pocos lugares y en pocos momentos de la Historia ha deshecho el clero las bases de sus promesas como en el Languedoc medieval. Los casos de obispos y párrocos que se dedicaban abiertamente a la caza y a otros placeres de la carne, llegando a faltar al cumplimiento de los preceptos litúrgicos por ello (así, se decía que el capellán de Saint-Michel de Lanes, que dejaba a los feligreses en la iglesia sin misa porque estaba cazando), eran muy numerosos. Henri llegó allí para cambiar eso, pero pronto se dio cuenta de que, por mucho que reformase, la herejía había llegado demasiado lejos y sólo se podía disolver por la fuerza.

En 1195 murió Raymond V y fue sucedido por su hijo, Raymond VI, decididamente amigo de los albigenses. Tres años después, se podría decir que el Languedoc había abandonado la fe romana. Sin embargo, la Iglesia Romana supo  poner al frente de la misma a un tipo resolutivo y muy apreciado por los fieles católicos, éste era Inocencio III.

Imagen relacionada
Inocencio III

La degradación eclesial en la zona alcanzó incluso a su principal bastión como eran las abadías y conventos. En 1197, por ejemplo, se produjo la escandalosísima elección abacial de Alet. Los monjes del convento, según su tradición, se reunieron en compañía del cuerpo exhumado del abad anterior, eligieron a uno de ellos para ser su abad. Pero el regente de Foix, Bernard de Saissac, reconocido cátaro, presente en la asamblea, les dijo que de eso nada, que el abad sería el monje Bosón, su protegido. Bosón, pues, fue impuesto, y en menos de un año arruinó la abadía, pues vendió todo lo valioso que tenía para pagar sus propias deudas y las de sus patrones. Podemos observar como a diferencia de la mayoría de artículos de índole anti cristiana que se pueden encontrar en internet sobre los cátaros, a los que ponen como seres de luz míticos y bondadosos, la historia nos muestra una realidad bastante diferente.

El ticket Castelnau-Amaury funcionó. En 1203, los legados arrancaron de la ciudad de Toulouse la promesa de que lucharía contra la herejía, y al año siguiente Raymond VI rompió, cuando menos formalmente, sus relaciones con los cátaros. En 1204, cátaros y cistercienses tuvieron un debate, tras el cual el rey Pedro de Aragón se declaró convencido de la verdad católica. Buena parte de este convencimiento tiene que ver con la mano dura que mostró Castelnau hacia los excesos de su Iglesia.

No obstante, los éxitos duraron poco. En primer lugar, volver a obligar a decir misas, a ayunar y a no poder darle rienda suelta a los actos impuros (es decir al sexo) a unos tipos que se habían acostumbrado a los placeres sexuales sin control, lógicamente, los cabreó. De esta manera, a Castelnau cada vez le fue más difícil implantar sus reformas, y esto dio alas a los heréticos, que pronto volvieron a encontrar puntos de conexión con el conde de Toulouse. Así las cosas, hacia el 1205 la cosa estaba peor que nunca.

En diciembre del 1205, los enviados cistercienses al Languedoc fueron reforzados por dos españoles: Diego, obispo de Osma; y un tan Domingo de Guzmán. Practicando la pobreza extrema, estos dos españoles fueron ganándose a los cistercienses, se diría que dominándolos, con lo que iniciaron una nueva etapa en la lucha contra los cátaros.


Fuentes:

Wikipedia
"Contra los Herejes" de San Agustín
http://historiasdehispania.blogspot.com.es

2 comentarios:

  1. Excelente artículo, pero me gustaría remarcar que los occitanos tienen mucho más que ver con los españoles (de hecho la palabra español es de origen provenzal), sobre todo con los catalanes, que con los francos. Es más, los reyes de Francia usaron el catarismo como excusa para arrebatarle Occitania a la corona de Aragón. En el libro Santiago y cierra España de JJ Esparza se habla de esto.

    Saludos

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    1. Occitania no tiene nada que ver con Castilla, sus lazos son con Aragón, Occitania es a Francia lo que Cataluña a España. Las fronteras galoromanas y celtíberas están bien remarcadas por los Pirineos.

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