No han faltado malentendidos en este tema de la superación del hombre. Por ejemplo el de Hegel, que acabó subsumiendo y diluyendo al hombre en su Espíritu Absoluto. O el de Nietzsche, con su arquetipo del superhombre. Nietzsche comenzó bien, rebelándose contra un mundo que llevaba en su frente los signos de la mediocridad y la decadencia, la pusilanimidad y el pacifismo, la rutina y el hedonismo burgués; denunció con vehemencia la vida muelle, la laboriosidad del hormiguero, el gregarismo de «las moscas de la plaza pública», la cifra-promedio y el seguir la corriente; entendió con claridad los riesgos del triunfo de la medianía como norma, del mediocre como paradigma y de la cantidad como calidad. Su reivindicación casi desesperada de los valores de la jerarquía y de la auténtica autoridad hizo que autores como Thibon vieran en él una especie de místico frustrado, según este último explicó detalladamente en su magnífico libro Nietzsche o el declinar del espíritu.
Sin embargo no hay que engañarse. Nietzsche equivocó el diagnóstico; mezcló irreverentemente las causas del mal, lanzando acusaciones demoledoras contra el Cristianismo, cuya sublimidad y belleza no llegó a percibir. Quiso que el hombre se trascendiera, sí, pero sobre la tumba de Dios. El hombre se convertiría en superhombre si primero se hacía deicida. Mas su propia experiencia (su vida) le enseñó amargamente que sin Dios y contra Dios, el hombre se extingue, anonada su ser justamente cuando pretende elevarlo de manera prometeica. Su superhombre es casi «bestial», sin sombra de compasión ni de piedad. ¿No es otra manera de llegar a la animalización?
Hay algo de satánico en su grito dionisíaco: «Dios ha muerto, viva el hombre», un eco de la promesa del demonio en la tentación a nuestros primeros padres: «Seréis como dioses». En última instancia, Nietzsche es deudor del error antropocéntrico: matar a Dios para divinizar al hombre.
P. Alfredo Sáenz, S. J.
Decir que el superhombre es casi una bestia o un animal es no entender nada, porque el superhombre, en la concepción de Nietzsche, es precisamente lo opuesto a la sumisión ciega a los instintos primarios, no se trata de una figura carente de moralidad o compasión, sino de alguien que, habiendo superado las restricciones de la moral tradicional, elige vivir auténticamente, con un sentido pleno de responsabilidad hacia sí mismo y hacia el mundo.
ResponderEliminarNietzsche dice claramente en Ecce homo que el hombre debe dar rienda suelta a sus pasiones en contraposición al cristianismo, su supuesta moralidad es principalmente inmoral si le quitamos los adornos narcisistas y pedantes. Lo que tú comentas es otra idea, mejor que la de Nietszche, ya que para él eso ya sería cortar las alas al "ubermensch", pero en la práctica, cómo decides que es moral y que no? tú mismo? Eso es muy subjetivo y acaba degenerando en puro relativismo moral. Tú tienes cierta moral precisamente gracias a la educación que te han dado mediante la tradición. Antes del catolicismo ya existía una moral parecida a la cristiana, de origen greco-romano, y aunque no fuera practicada por la mayoría, porque obviamente, no era fácil, era promovida por hombres sobresalientes como Cesar Augusto.
EliminarNietzsche fue un juguete roto del protestantismo.
Cuando Nietzsche habla de las pasiones lo hace pero no de forma irracional ni destructiva, para él se trata de canalizar esas fuerzas, transformarlas y crear un nuevo tipo de moralidad, una que no dependa de dogmas externos, sino de una afirmación de la propia existencia.
ResponderEliminarPara él no es algo que se pueda decidir por simple arbitrariedad, sino algo que debe surgir de un proceso personal, interior y profundamente reflexivo, el no está proponiendo un relativismo moral en el sentido vulgar de que "todo vale" o que la moral es completamente subjetiva en el peor sentido, sino una ética basada en la afirmación de la vida y la voluntad de poder, donde cada individuo tiene la responsabilidad de decidir por sí mismo qué valores son los más adecuados para su vida y su crecimiento, ni algo que se "decide" al azar, sino algo que se construye activamente en el proceso de ser uno mismo, como tampoco una justificación del egoísmo desenfrenado, sino de una llamada a trascender los valores decadentes y crear una nueva manera de vivir y entender el mundo.