miércoles, 12 de noviembre de 2025

Protestantismo y Catolicismo: Diferencias clave

La mayoría de la gente apenas sabe qué es el protestantismo, y muchos, aunque reconocen que es distinto del catolicismo, desconocen en qué se diferencian realmente. Por eso vale la pena hacer un breve repaso de las principales diferencias entre ambas doctrinas. Algunas de ellas resultan desconocidas incluso para católicos con cierta formación —a los protestantes ni los mencionamos, ya que suelen tener unos conocimientos pésimos sobre catolicismo—. Entre estas diferencias hay un punto moral clave (que veremos subrayado) en el que algunos católicos actuales, sin darse cuenta, piensan de forma protestante. Veamos cuáles son esas diferencias y su fundamento.

El protestantismo, se inició con la rebelión religiosa de Lutero a principios del siglo XVI. Lutero, a grandes rasgos, no solo criticaba la cuestión de las indulgencias, las cuales consistían en la remisión de la pena temporal (Purgatorio) a cambio de una donación. Es decir, los pecados, como ahora, eran perdonados mediante el sacramento de la penitencia, pero la pena temporal, la que se paga en el purgatorio, sigue estando ahí, y con las indulgencias de tipo económico —había otras también, como ayunar, rezar o peregrinar—  podía borrarse ese tiempo de condena. Era, en definitiva, era un tipo de indulgencia más, que a su vez, servía a reyes y nobles para congraciarse con el Pontífice y servían por lo general para financiar proyectos arquitectónicos en Roma, o para obras piadosas, como colegios y hospitales.
 

Las bodas de 'oro viejo' de Lutero y Catalina de Bora, la 'power couple'  que cambió 
Lutero y su novia.

Pero como insinuábamos, esto era solo una excusa, la parte propagandística, con la que Lutero quería ganarse sobre todo a los nobles alemanes, manipulando el significado real de este tipo de indulgencias, presentándolo como una especie de chantaje o extorsión por parte de Roma. Una vez que ya hemos descrito la parte propagandística de esa "reforma" fomentada por Lutero, vayamos al tuétano de los cambios que pedía realmente el monje alemán:

La Sola Scriptura, Lutero sostenía que la única autoridad en materia de fe era la Biblia, no el Papa, ni la Tradición, ni los concilios. Cada creyente podía interpretarla libremente libre examen—, sin mediación sacerdotal, y esto condujo de raíz hacia el relativismo religioso, puesto que cada uno interpretaba lo que le parecía, o lo que más le convenía, como fue el caso del propio Lutero, que se agarró a este concepto para justificar el hecho de casarse con una monja pese a haber hecho voto de celibato. Lógicamente, el concepto de Sola Scriptura abría la puerta a miles de interpretaciones personales (de ahí la proliferación de cientos de sectas protestantes, como los testigos de jehova, los metodistas, los mormones, etc).

La Sola Fide, el segundo dogma clave: el hombre se salva solo por la fe en Cristo, no por sus obras, ni por los sacramentos, ni por méritos personales. Según Lutero, el ser humano es totalmente corrupto y no puede cooperar con la gracia; solo puede "creer" y Dios lo declara justo por pura misericordia.

Esto destruía el concepto católico de la cooperación entre fe y obras, y daba alas al fatalismo moral, ya que, si no somos capaces de evitar hacer el mal, ni de lograr absolutamente ninguna mejora personal por nosotros mismos, tampoco somos culpables de nuestros pecados... somos incapaces de hacerlo mejor; con lo cual, no hemos de esforzarnos por no pecar, puesto que ya estamos salvados por Cristo por el mero hecho de creer en él... y qué cojones, si ya estamos salvados, hagamos pues lo que nos apetezca —decían—.

La influencia de los puritanos en los Estados Unidos de hoy – Conversacion  sobre Historia
Protestantes puritanos de postureo en Estados Unidos, siglo XVII.


Estos fueron realmente los pilares de la mal llamada "reforma protestante" y no la chorrada de las indulgencias, que aún hoy en día escupe el sudamericano protestante de turno para atacar —sin éxito alguno y de una forma totalmente anacrónica— al catolicismo. De estos cambios fundamentales se derivaron los siguientes:

Abolición de la eucaristía: Negó la presencia real de Cristo en la eucaristía, la misa dejó de ser un sacrificio solemne ofrecido a Dios con todo lo que ello implica, pasando a ser una simple “cena conmemorativa”.

Supresión del sacramento de la penitencia (confesión): Sostuvo que basta con confesar directamente a Dios, ya que no hay mediadores, lo cual impide que el cristiano haga un verdadero ejercicio de humildad, de arrepentimiento, y niega de facto la autoridad dada por Jesucristo a los apóstoles para perdonar los pecados.

Fin del celibato sacerdotal: Los clérigos pudieron casarse.Lutero mismo se casó con una exmonja, Catalina de Bora, usando su propia doctrina para justificarse. No reconociendo esto, fue la soberbia, lo que le llevó a creer que sus opiniones eran más válidas que todo el pensamiento acumulado por la Iglesia y la tradición durante mil quinientos años. Cayó en el mismo error que asola masivamente a nuestra época: creerse la cumbre de la humanidad y pisotear siglos de sabiduría —sin tener ni puta idea—, arrojando por la borda lo que levantaron generaciones enteras de verdaderos sabios.

Abolición del culto a los santos y a la Virgen María: Se consideró idolatría pedir intercesión de la Virgen o a los santos, solo podía venerarse a Dios. Las imágenes sagradas quedaban prohibidas. Esto fue plagiado del judaísmo, es decir, el protestantismo nació como una especie de cristianismo judaizante. Como resultado, el protestantismo pierde la figura femenina, tierna y mediadora del cristianismo, quedándose con una fe seca, sin maternidad espiritual. Curiosamente el Islam, que nació fruto de una mezcla entre el nestorianismo —herejía cristiana—, el judaísmo y algunas costumbres arábigas, defiende el mismo concepto, solo se puede venerar y adorar a Dios, lo demás es de infieles.

Sustitución de la autoridad eclesial por la autoridad del príncipe: Al negar el poder del Papa y del clero, cada príncipe alemán se convirtió en cabeza de la Iglesia de su territorio (cuius regio, eius religio), con lo cual pasaron a tener un poder ilimitado. Las decisiones religiosas pasaron a ser políticas, con todo lo que ello conlleva. Se divinizó a los reyes, ya que ahora el rey pasaba a ser el representante directo de Dios en sus dominios. Esto era completamente contrario a la tradición católica.

Eliminación del Purgatorio: Solo había cielo o infierno, al cielo iban los cristianos, fueran malos o buenos, al infierno los no cristianos, se simplificaba el más allá, dejando la razón a un lado. Con ello desaparecieron las oraciones por los difuntos y las misas por las almas.

En definitiva, desaparecieron cinco de los siete sacramentos (solo permanecían el bautismo y el matrimonio), se disolvieron los monasterios y conventos, que fueron expropiados por la clase dirigente, el arte sacro fue destruido o "retirado" de los templos, el culto perdió su solemnidad y los altares se transformaron en simples mesas de lectura. La Iglesia dejó de ser un cuerpo jerárquico y universal para convertirse en un conjunto de comunidades nacionales sometidas al poder político de cada príncipe. En adelante, el cristianismo dejó de mirar hacia Roma para mirar hacia el Estado.

Poco después, otro reformador, Juan Calvino, llevó hasta sus últimas consecuencias la lógica luterana. Sus seguidores se llamaron calvinistas, y superaron en número a los luteranos en cuestión de décadas. Introdujo la doctrina de la predestinación, según la cual Dios ya ha decidido desde la eternidad quién se salva y quién se condena, sin que el hombre pueda hacer absolutamente nada para cambiar su destino. Este pensamiento, en apariencia piadoso, tuvo consecuencias devastadoras: si el alma no puede ganarse la salvación, solo puede demostrarla

Y así nació el puritanismo, esa moral rígida y vigilante que convirtió la fe en un teatro de apariencias. Esto choca completamente con la visión católica, en la cual prima aceptar nuestras limitaciones, pero sin rendirse, y aunque uno caiga una y otra vez, lo importante es seguir luchando para ser cada vez mejor. Sobre esto viene muy a cuento una máxima católica que se contrapone a la visión protestante: "La Iglesia Católica es comprensiva con las personas, pero intransigente con el error." El protestantismo es justo lo contrario.

Esa misma actitud —una fe comprensiva con la debilidad humana, pero firme en los principios— explica por qué el catolicismo, a diferencia del puritanismo protestante, prefirió tolerar ciertos males menores antes que provocar otros peores. Así, en muchas ciudades medievales y renacentistas, la Iglesia permitió la existencia regulada de prostíbulos, no por aprobación moral, sino por prudencia y sentido de la realidad: comprendía que la naturaleza caída del hombre debía ser contenida, no idealizada. El catolicismo, en suma, siempre buscó gobernar las pasiones, mientras el protestantismo soñaba con negarlas.

El puritano no busca la gracia, sino la confirmación social de ser uno de los elegidos. Trabaja sin descanso, acumula dinero, aparenta pureza, y reprime todo placer humano para exhibir una virtud mecánica, exterior. La riqueza, lejos de verse como una tentación, pasó a interpretarse como señal de favor divino: el que prospera materialmente es —según esa lógica torcida y usurera— alguien que Dios ha bendecido. La pobreza, en cambio, la austeridad, se volvió sospechosa, casi un indicio de reprobación. Así se gestó el germen de la mentalidad moderna: una religión sin sacramentos, sin madre espiritual y sin caridad; donde el éxito sustituye a la santidad y la fe se mide por el balance bancario.
Y es algo perfectamente lógico, porque el protestantismo, en el fondo, cerró los canales que unían al hombre con Dios —la Eucaristía, los sacramentos, el arte sacro, la belleza de las catedrales— para abrir en su lugar canales hacia lo terrenal, hacia un mundo gobernado por la soberbia y, en última instancia, por el padre de la mentira. 
Del protestantismo surgiría más tarde la masonería —madre del mundo moderno— y de ella, el liberalismo, el ateísmo hueco y el marxismo: tres rostros de una misma rebelión contra Dios. Rebelión que a día de hoy, ya ha conseguido poner el mundo occidental del revés, además de infectar a buena parte de la Iglesia Católica durante el último siglo.

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