El saludo estrechando el antebrazo en lugar de la mano, un gesto ancestral que data de tiempos medievales, tenía una profunda carga simbólica, especialmente entre los guerreros. En un mundo donde la confianza era una moneda valiosa, este saludo servía como una garantía tácita de ir desarmados y de respeto mutuo.
Este tipo de saludo era común entre los caballeros medievales y, en general, entre aquellos que pertenecían a la nobleza guerrera. Cuando dos guerreros se saludaban, extendían el brazo para estrechar el antebrazo del otro, no solo como un gesto de cortesía, sino como una señal de que no ocultaban armas en sus mangas. Era un acto de transparencia, donde las intenciones quedaban claras: desarme, honestidad y un pacto tácito de que ambos eran hombres de honor.
En tiempos modernos, este antiguo gesto debería recuperar relevancia, no solo como una curiosidad histórica, sino como un símbolo que resalte virtudes esenciales: honor, honestidad y virilidad. En un mundo donde la desconfianza a menudo prevalece, recuperar este saludo podría ser un recordatorio visual de las cualidades que hacen a un hombre digno de respeto.