Transcurría el año 1580 cuando Gonzalo de Ronquillo, gobernador español de las Filipinas, escribió una carta a Felipe II alertando sobre los belicosos piratas japoneses que, armados con katanas, arcabuces y cañones portugueses, atacaron la isla de Luzón
y exigieron tributos a sus habitantes. Para combatir a la temible
amenaza corsaria, el monarca envió a un veterano capitán de la Armada, Juan Pablo Carrión, quien a sus 69 años protagonizó una de las victorias más heroicas pero menos conocidas de los tercios españoles: los Combates de Cagayán.
Durante el XVI la presencia de navegantes nipones y chinos en las
aguas del archipiélago filipino no era nada nuevo. De hecho, antes de
que la expedición de Miguel López de Legazpi en 1565
anexionara estos territorios al Imperio Español, los chinos ya habían
establecido puestos comerciales en la zona y se habían convertido en una
minoría de la población. Además, en 1571 los japoneses comenzaron a
intercambiar plata por oro filipino en la isla de Luzón.
Sin embargo, el 29 de noviembre del año 1574, el corsario chino Li Ma Hong al mando de 3.000 hombres atacó la joven ciudad de Manila
con la intención de establecer un señorío pirata. Tras un duro
enfrentamiento contra fuerzas españolas y filipinas, seguido por un
asedio de más de cuatro meses en el fuerte en Pangasinán,
los piratas fueron derrotados y Li Ma Hong, que presumía de ser un
tigre y haber escapado de más de 100.000 soldados chinos, huyó
humillado. A pesar de esta victoria, el problema de la piratería en las
costas filipinas continuó.
En 1580 fueron los wakō o piratas japoneses, liderados por el temido Tay Fusa,
quienes llevaron a cabo un intenso saqueo y sembraron el terror en la
isla filipina de Luzón, sobre todo en la provincia de Cagayán. Para
poner fin a este ataque, Juan Pablo Carrión emprendió la búsqueda de Tay
Fusa al mando una flotilla de siete barcos, compuesta por la galera La Capitana, el navío ligero San Yusepe
y cinco bajeles pequeños de apoyo. Sin embargo, el capital español no
imaginaba que el destino le llevaría a vivir, a sus casi 70 años de
edad, una cruenta batalla que enfrentaría a 40 soldados españoles contra 1.000 rōnin (samuráis sin señor) y ashigaru (infanteria japonesa armada con mosquetes).
Al llegar al cabo Bogueador los hombres de Carrión divisaron uno de
los juncos japoneses que había saqueando la costa de Luzón. Aunque el
buque nipón era mucho mayor que los españoles y superaban en número, La Capitana
logró acortar distancias hasta interceptarlo. Prepararon los cañones de
la crujía y los falconetes y los tercios se armaron para el abordaje
provistos por espadas, picas, arcabuces y hachas.
Las ráfagas de artillería de la galera alcanzaron el casco del junco y
los soldados de Carrión saltaron a la cubierta enemiga, pero los
guerreros japoneses, bien armados y entrenados en el arte de la guerra,
les obligaron a replegarse. Los japoneses no solo superaban a los tercios en número sino que también contaban con arcabuces portugueses.
Ante este contraataque corsario, los soldados españoles retrocedieron
hacia la popa de la galera y formaron en una barrera con los piqueros
delante y arcabuceros y mosqueteros detrás.
Para defender a sus hombres, Carrión cortó con su espada la driza del
palo mayor y éste cayó atravesado sobre la cubierta creando una
trinchera y permitiendo a los mosqueteros y arcabuceros disparar contra
los japoneses, lo que provocó numerosas bajas enemigas. En ese momento,
el San Yusepe disparó sus cañones contra el junco y los
japoneses, batidos en retirada, saltaron al agua con la intención de
llegar a nado a la costa, aunque muchos se ahogaron debido al peso de
las armaduras.
Tras esta victoria, la flotilla española avanzó por el río Tajo o río Grande de Cagayán, donde se encontró con 18 champanes japoneses.
Este enfrentamiento también culminó con la victoria de los tercios,
quienes lograron desembarcar a los hombres y cañones de la galera en un
recodo del río y se atrincheraron próximos a las posiciones del grueso
de las fuerzas enemigas en tierra.
Ante el ataque español, los piratas japoneses decidieron negociar una
rendición, pero exigieron una indemnización en oro como compensación
por abandonar el archipiélago. Carrión se negó tajantemente y Tay Fusa ordenó atacar por tierra con más de 600 piratas.
Los tercios españoles que lideraron la defensa aguantaron dos asaltos seguidos
y, para que a los japoneses les resbalen los dedos al intentar
arrebatarles las picas durante la lucha, Carrión ordenó untar los
mástiles de éstas con sebo. El tercer ataque se desarrolló con los españoles casi desprovistos de pólvora, pero lograron resistir con coraje y derrotar a los guerreros nipones.
Cuenta un antiguo relato tradicional japonés que sus valientes guerreros fueron derrotados por los wo-cou, unos demonios mitad pez mitad lagarto
que atacaban tanto en mar como por tierra. Con este relato fantástico,
que resaltaba una ferocidad en el combate inhumana, la tierra del sol
naciente otorgó a los hombres de Juan Pablo Carrión una fama legendaria.
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