miércoles, 29 de octubre de 2025

Garcilaso, el hombre templado

Garcilaso de la Vega nació en Toledo, en 1501, en una familia noble de las de verdad, no de esas infladas por el dinero o las apariencias, y cristiano viejo, como correspondía a su linaje. Sirvió al emperador Carlos V y combatió en Italia y Francia, donde ganó respeto sin necesidad de fanfarrias.
Era soldado, pero también poeta. Hombre de guerra con alma cultivada, que supo unir la disciplina del acero y la belleza de la palabra.

GARCILASO DE LA VEGA (Toledo, 1499 ¿? – Niza, 1536) – poeticasediciones 

En la corte vivió de cerca la ambición, la adulación y la mentira —estaba repleta de cristianos nuevos, trepas y serviles—, pero nunca se dejó arrastrar. Garcilaso no era de hablar mucho. Prefería actuar. Tenía ese tipo de presencia que se impone sin esfuerzo: la del hombre silencioso que sabe quién es y no necesita demostrarlo.

Su vida cambió al conocer a una mujer —Isabel Freire, dicen los cronistas—. La amó con serenidad. Y cuando la perdió —Isabel se casó con otro por conveniencia social, muriendo al cabo de pocos años—, no buscó consuelo ni se vino abajo, apretó los dientes y siguió cumpliendo su deber, fiel a sí mismo. Del dolor hizo disciplina: mientras otros se ahogan en lo que sienten y pierden el rumbo, él lo transformó en impulso y propósito. Y aquí fue cuando escribió sus mejores obras.

Su poesía, virilmente melancólica, limpia y serena, trajo a España el equilibrio italiano sin perder la rudeza castellana. Versos de belleza contenida, donde la emoción está bajo control, como un arma en manos firmes. Así era él, nunca blando, pero nunca cruel.

Murió joven, con 35 años, asaltando una fortaleza francesa en Provenza. Una piedra le alcanzó la cabeza. Aún gravemente herido, aguantó luchando unas horas más, hasta que lo retiraron del frente, pero ya era tarde. Murió cumpliendo su deber como soldado, fiel hasta el último aliento, sin pedir reconocimiento y cuidando más su alma que su suerte.

Garcilaso representa ese tipo de hombre cada vez más raro: el que vive con dignidad, sin estridencias ni disfraces. El que no busca dominar a nadie, pero tampoco se deja dominar. El que habla cuando debe, y calla cuando el silencio vale más.



viernes, 17 de octubre de 2025

El Árbol de la Vida (1653). Catedral de Segovia

En El Árbol de la Vida (Ignacio de Ries, 1653) Catedral de Segovia. El mundo se divierte sobre las ramas sin mirar que el tronco está a punto de caer, sumidos en la ignorancia y la vanidad de los placeres mundanos. Abajo, la muerte y el fuego avanzan, y el demonio atiza el fuego. Solo Cristo intenta apuntalar el árbol que todo lo sostiene. Es un llamamiento a cuidar más la vida espiritual, para lograr la vida eterna, y a ser consciente de lo efímera y frágil que es nuestra vida terrena. Barroco puro.

El cuadro incluye las siguientes inscripciones:

"Mira que te mira Dios, mira que te está mirando."
"Mira que te has de morir, mira que no sabes cuando."


martes, 7 de octubre de 2025

El hombre hueco


Este escrito no habla de una época pasada, sino de la nuestra. Es una reflexión sobre el hombre posmoderno, el hombre promedio, no el más corrupto, sino el que se entrega a la inercia y pierde su alma en lo banal, renunciando a lo trascendente, a lo bueno y a lo verdadero:

Haces viajes y escapadas prefabricadas para sentirte vivo, pero en el fondo solo huyes de ti mismo. Finges tener una vida interesante mientras te pudres en la rutina y el miedo. No cambias nada, no te enfrentas a nada, solo te adormeces con ocio de escaparate, porque eres un hombre hueco.

Construyes relaciones sin verdadera entrega, dominado por la inercia y el temor, fingiendo afecto y estabilidad donde solo hay necesidad y dependencia. Te sobreproteges, desconfías, te blindas ante la otra persona mientras finges unión. Sabes que todo será efímero, que el otro no es más que un refugio pasajero de tu carencia, porque eres un hombre hueco.

Has votado a podemos o a ciudadanos, o incluso a partidos independentistas cuando estaban de moda, porque te dejas arrastrar por la masa, como un trozo de madera a la deriva... y encima te creías rebelde por ello. Solo te mueves entre las coordenadas de izquierda y derecha, desconoces la historia de tu país y piensas que solo existen comunismo y liberalismo, que solo puedes ser del Barcelona o del Madrid, porque tu forma de pensar es limitada, mediocre de raíz, y porque eres un hombre hueco.

No crees que haya nada más allá de la muerte. Tu cortitud de miras, tu soberbia y tu egocentrismo te impiden concebir que exista algo superior a ti, y menos aún aceptar que, cuando todo acabe, tendrás que rendir cuentas. Absorbido por las olas de la vida mundana, eres incapaz de hacerte las preguntas esenciales que el ser humano siempre se ha hecho: por qué estamos aquí, cómo es posible que existamos o qué había antes de que existiera el cosmos. No eres capaz, y tampoco te interesa, porque eres un hombre hueco.

Has pasado la vida haciendo lo que otros te dicen, pese a ser adulto. Trabajas en lo que antes despreciabas, en aquello que te parecía mediocre, sin entender que no es tu trabajo lo mediocre, sino tu forma de pensar y tu carácter. Te autoengañas creyendo que todo va bien. Tu frase favorita es “no me puedo quejar”. Pero tu papel en la vida es mirar. No has tomado una sola decisión vital: siempre han decidido por ti. Te lo han dado todo hecho. No tienes empuje, no tienes coraje, eres incapaz de arriesgar, porque eres un hombre hueco.

Te empeñas en aparentar una vida de éxito. Tienes un trabajo que no está mal pagado, una vivienda propia —seguramente medio pagada o directamente regalada por tus progenitores—, y cada vez que puedes, presumes de ello ante los demás, omitiendo cómo lo conseguiste, porque sabes que siempre haces trampas. Pero ni con trampas lograrás mantener ese éxito mediocre, porque es como un castillo de naipes, y con un leve soplido, se acabará desmoronando. Sic transit gloria mundi... Pero tú crees que no, que los tiempos de abundancia mundana no acabarán para ti, y que ser honrado y tener principios sólidos es de tontos o de anticuados, porque eres un hombre hueco.

Te obsesiona el dinero. Has seguido la moda de las criptomonedas y alardeas ante otros, como si hubieras obtenido grandes ganancias, solo para parecer interesante. En el fondo sabes que no vales nada y necesitas sostenerte en el éxito material, aunque sea irreal, idolatrando aquello que alimenta a esta sociedad posmoderna y putrefacta que padecemos: al dios dinero. No sabes ni qué buscas, solo corres detrás del reflejo, porque eres un hombre hueco.

Hablas con la misma jerga vacía de hace diez años. Te aterra la madurez y te refugias en las apariencias, fingiendo plenitud mientras representas cada día el mismo papel aprendido. Vives pendiente de parecer, nunca de ser, porque eres un hombre hueco.

Y así vas tirando, sin hacerte preguntas, sin creer en nada valioso ni trascendente. No intentas cambiar. Estás cómodo en tu vida vacía pero tranquila, como un cerdo revolcándose en el barro. Tus únicos alicientes son sucedáneos, incluso vicios: Netflix, OnlyFans, videojuegos, fornicar si se tercia, cenas intrascendentes… Eres la quintaesencia de lo anodino. Y así seguirás hasta hacerte viejo y morir de asco en una residencia, porque si llegas a tener descendencia, tendrán la misma degenerada y egoísta forma de pensar que tú, porque eres un hombre hueco.

Aunque... el hombre hueco puede llegar a cambiar. Solo hace falta voluntad para enfrentarse a sí mismo y a los demás, fe para creer en algo más alto que su propio ombligo, y autocrítica para aceptar lo que realmente es, sin máscaras ni justificaciones. Pero mientras siga dormido, mientras siga adorando al ruido, al placer banal y a la comodidad, seguirá siendo un eco vacío en un mundo sin alma. Porque el hombre hueco no muere el día en que su cuerpo se apaga al fin, muere mucho antes, muere el día en que se resigna a vivir entre sombras, lejos de lo que es bueno y verdadero.