Pedro de Alvarado es uno de esos personajes que, por más que intenten reinterpretarlo con filtros "morales" actuales, sigue imponiéndose per se. No necesita maquillaje épico, su vida ya lo fue. Fue uno de los capitanes más eficaces y resolutivos de la conquista, un tipo rápido, decidido y con un liderazgo que no pedía explicaciones. Y, para qué negarlo, alguien cuya presencia generaba respeto inmediato.
Nació en Badajoz, en una España que acababa de culminar la Reconquista y que vivía marcada por la guerra. Ese ambiente forjó a muchos hombres de acción, y Alvarado fue uno de los más destacados. En América no tardó en hacerse notar. No solo por su capacidad militar, sino porque era de los que transmitían seguridad. Cortés, que no era precisamente ingenuo, confiaba en él para las misiones que requerían velocidad, dureza y resultados.
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| Pedro de Alvarado, el terror de los mexicas |
Durante la campaña de México, Alvarado no fue un ayudante secundario, fue un pilar clave. Mientras Cortés se movía políticamente o coordinaba estrategias, Alvarado ejecutaba. Y ejecutaba bien. Su apodo de “Tonatiuh”, el Sol, dado por los mexicas, refleja bien el impacto que producía tanto en aliados como enemigos.
En la serie “Hernán”, de Prime Video, pese a ser bastante buena, trataron de pintarlo como un personaje temerario, casi un radical sin freno. Pero incluso así, la fuerza del personaje se impone. Alvarado sigue transmitiendo carisma en pantalla. Aunque intenten subrayar sus excesos, lo que realmente se ve es un hombre decidido, directo y con una energía que destaca por encima del resto.
El episodio de la Noche Triste suele usarse para criticarlo. Se pueden discutir decisiones, pero lo que no se puede negar es que mantuvo la sangre fría y que, después de aquello, siguió cumpliendo su papel sin hundirse ni buscar excusas.
A lo largo de su trayectoria, Alvarado compartió con Cortés no solo campañas, sino también las tensiones con la Corona y con los funcionarios enviados a vigilarlos. Ambos eran hombres de acción, y eso irritaba profundamente a esa casta de administradores grises —también los había en esa época—que viven de poner trabas y de vigilar a los que demuestran ser audaces. No es casual que, en distintos momentos, los dos terminaran bajo investigaciones, detenciones temporales y maniobras políticas de esos gestores mediocres y de coraje escaso, empeñados en limitar a quienes les recordaban su propia insignificancia.
Más tarde, su conquista de Guatemala mostró otra vez lo mismo: determinación, rapidez y una voluntad férrea. No era un hombre para la política ni para los despachos. Su terreno era la acción. Y murió como vivió, en campaña, montando a caballo y moviéndose de un frente a otro.
Pedro de Alvarado fue un conquistador en el sentido más literal. Y por eso sigue llamando la atención hoy: porque representa una forma de estar en el mundo que ya casi no existe, y que por más que se intente reinterpretar, mantiene intacta su fuerza.

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