En el mundo posmoderno el hombre solo busca la cantidad, en muy raras ocasiones busca la calidad, y esto se puede observar en casi todos los ámbitos de la vida.
El hombre desarraigado tiene como objetivo... ganar más, poseer más y durante más tiempo, comprar más, tener un coche cada vez más grande, una casa más grande, un trabajo de mayor estatus o un móvil más caro: siempre necesita aumentar lo que tiene, y si tiene algo, lo quiere más grande, más potente, más lo que sea.
Este es el reino de la cantidad frente a la calidad. Un reino donde solo importa el número, las apariencias. Muchos, de hecho, sacrifican su honor, su dignidad, y se arrastran como gusanos, por ganar más dinero, por tener más poder, por ascender en la empresa, por estar con más mujeres, o en el caso de los poco agraciados, por mantener una relación medio muerta con una novia o "pareja" —ni siquiera se casan— aún sabiendo perfectamente que la cosa va a acabar mal. Porque como decimos, no importa la paz interior, ni la verdadera libertad, ni la dignidad, y mucho menos la autenticidad. Lo único que importa es el qué dirán, las apariencias... ostentar, tener, poseer, acumular... porque ese es el lastimoso baremo del éxito en nuestra sociedad, al cual se acoge desesperadamente la gente vulgar.
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| El mundo tradicional siempre se decantó por la calidad. |
Y esta obsesión del mundo moderno y posmoderno por lo material se debe en última instancia al rechazo de lo espiritual, de lo que no se ve, de lo que no se toca, porque los últimos dos siglos han vaciado, idiotizado y animalizado al hombre —y a la mujer—. Al rechazar lo espiritual, el ser humano se centró únicamente en lo material, eliminando una parte esencial de si mismo. Y así van la inmensa mayoría: perdidos, idiotizados, deprimidos pese a no tener ningún problema grave, sin rumbo alguno más allá de intentar ganar más dinero, de pasarlo bien, de conseguir más validación ajena, o simplemente de sobrevivir lo más cómodamente posible aunque esto suponga morir en vida.
Esta es nuestra era, la era de la mediocridad absoluta... pero no hay que bajar los brazos, puesto que ya se ven claros indicios de que este desolador paradigma está empezando a desquebrajarse: estamos ante el comienzo del fin del mundo posmoderno, de este mundo enfermo y corrupto en el que solo está a gusto el que nada vale.

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