domingo, 16 de noviembre de 2025

La tradición esotérica: gnosis antropocéntrica y humanismo prometeico.

Desde hace siglos, el hombre occidental libra una guerra silenciosa: no contra el mal, sino contra Dios.
De esa rebelión nace la gnosis antropocéntrica, esta es la espiritualidad que nos propone el mundo moderno.
Ya no se espera la salvación desde lo alto, y el hombre se proclama su propio redentor.
No hay gracia, no hay cruz, no hay misterio; solo autoiluminación, individualismo y soberbia.

Esta gnosis moderna no nació en templos, sino en cafés y logias. Su dogma esencial es claro: “tú eres dios, solo tienes que recordarlo.”
Pero la gnosis moderna no fue uniforme, adoptó distintas formas.

La masonería —con su gnosis racionalista y progresista—, los rosacruces, las sectas herméticas y hasta los cátaros, bebieron de este veneno: la exaltación del hombre como fuente de luz y medida de toda verdad, ya sea por la razón, el rito o la energía cósmica.
Todos ellos visten distinto, pero adoran la misma idea: el hombre que evoluciona hasta convertirse en dios. Unos lo llaman iluminación, otros iniciación, o evolución espiritual. El nombre cambia, la esencia no: autosuficiencia espiritual, el hombre en lo más alto, sustituyendo a Dios.

Guénon quiso alcanzarla disolviendo al hombre en el Uno impersonal, en el Todo, a través de una vía iniciática, como los herméticos o los neoplatónicos. Guénon diagnosticó la enfermedad, pero no su remedio —una iniciación esotérica, reservada a unos pocos, basada en el hinduísmo Advainta Vedanta, pero también en conocimientos neoplatónicos y cabalísticos—, y menos aún su origen: no fue fruto del olvido de una "tradición primordial", sino la caída del hombre ante la serpiente antigua.
Evola quiso conquistar lo divino por la fuerza, erigiéndose en un dios solar, con fachada paganizante, como los mitraicos o el tantrismo esotérico. La gnosis de évola, posee, sin duda, un mayor grado de soberbia que la de Guenon y sus homólogos. Ambos compartieron el mismo error: creer que el cielo puede tomarse por asalto, sin la mediación de ningún dios, erigiéndose uno mismo en principio divino.

Luego vino la gnosis ocultista, la más cruda, la de Crowley y sus discípulos. Esta sirve abiertamente a Lucifer, glorificando la voluntad, el placer y el dominio espiritual centrado en el ego, como caminos de divinización.
Además tenemos la gnosis teosófica de Blavatsky, que acabaría popularizándose con la Nueva Era. Es una versión edulcorada de la anterior: con ropajes orientales, pero con la misma soberbia disfrazada de “sabiduría universal” y falsa luz interior.
Entre ambos aparece Miguel Serrano, un "nazi" esotérico que mezcló mitología aria, luciferismo y fantasías pseudo-metafísicas. Su “hitlerismo esotérico” convertía a Lucifer en portador de una supuesta luz hiperbórea —manipulando el mito griego con las invenciones de Blavatsky— y al Führer en un avatar cósmico, llevando el delirio gnóstico al extremo. Aún hoy en día, hay frikis lunáticos que defienden estas creencias.


File:Ouroboros.jpg - Wikimedia Commons 

Ouroboros: símbolo del eterno retorno cósmico, adoptado por esotéricos de todo pelaje.

 

Del endiosamiento del hombre surge el humanismo prometeico: el proyecto civilizatorio del hombre que roba el fuego a los dioses y pretende gobernar la creación sin rendir cuentas a nadie.
Su resultado está a la vista: técnica sin alma, poder sin sabiduría, espiritualidad sin redención. El mundo moderno —y también el posmoderno— es el templo de esa religión: la del ego disfrazado de espiritualidad.

Frente a ese delirio, solo hay una respuesta: recordar que el hombre no se salva por enaltecerse, sino por arrodillarse ante Dios. Rechazar la soberbia espiritual y abrazar la humildad.
Como decían en el Club de la Lucha: sois la mierda cantante y danzante del mundo. Y aunque suene exagerado, esto es mucho más respetable, que no creerse un falso dios rebozado en su propia autocomplacencia. No hay nada más patético.
Toda creencia moderna cae en este error fatal, desde el ateísmo, hasta la nueva era más pueril, pasando por el esoterismo pedante de Evola o de la masonería.

Al final toda espiritualidad que no venga de Cristo conduce a las tinieblas en mayor o menor medida, o en el mejor de los casos —como podría ser el de Guénon—, a una posición parecida a la de ciertos filósofos grecorromanos de la antigüedad, posición respetable, pero sin duda incompleta y superada por la revelación cristiana
Y es que por algo el católico siempre ha tenido claro que solo hay una religión verdadera... El relativismo religioso, y lo de pretender llegar a lo divino a través de cualquier religión, o por una mezcla de todas ellas... se lo dejamos a los de la escuadra y el compás.

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